Material de Lectura

Ted Hughes



Selección, traducción y nota introductoria de
Juan Tovar



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Nota introductoria

 

Ted Hughes nació en Yorkshire, en 1930, y estudió en Cambridge. Allí coincidió, en más de un sentido, con la bostoniana Sylvia Plath, poeta como él y dos años menor. Contrajeron matrimonio en 1956; vivieron un tiempo en los Estados Unidos antes de radicarse en Inglaterra, donde sus dos hijos nacieron y donde ella se dio muerte en 1963.

Los primeros libros de Hughes –The Hawk in the Rain (1957) y Lupercal (1960)– le ganaron premios y adictos a ambos lados del océano. "Una figura poderosa e innegable había surgido en el gris panorama de la poesía británica", dice A. Álvarez, que lo conoció por entonces y frecuentó el minúsculo departamento londinense donde Ted y Sylvia vivían, turnándose en escribir y en atender a la pequeña Frieda.

En el contexto donde aparece –The Savage God (1971), el notable estudio de Álvarez sobre suicidio y creatividad–, la imagen de esa joven familia se vuelve emblemática del "extremismo" que caracteriza a la mejor poesía en inglés posterior a la era de Pound y que implica "una inteligencia artística trabajando a toda capacidad para producir, no serenas armonías clásicas, sino el incierto, fluido, continuamente improvisado equilibrio de la vida misma", la danza en el filo del desplumadero cotidiano:

Los poetas extremistas se comprometen con la exploración psíquica a lo largo de la movediza frontera entre lo tolerable y lo intolerable, pero igualmente están comprometidos con la lucidez, la precisión y cierta vigilante inmediatez en la expresión.

Plath, la extremista más extrema, acabó por sucumbir a "la dimensión de la muerte absurda"; Hughes ha perdurado1 para sumarse a "la selecta banda de poetas-sobrevivientes cuya obra está a la altura de la destructiva realidad que habitamos" con libros como Wodwo (1967), Crow (1970), Gaudete (1977), Moortown (1979) y The River (1981)2. La suya es una poesía apasionada y rigurosa, atlética y sombría, que transmuta dolor en conciencia mediante la encarnizada contemplación de la vida y la muerte y el misterio de su proximidad.

La presente antología se basa en la selección que el propio autor hizo años ha para participar en un Encuentro de Poesía, y que me tocó en suerte traducir. Varias de esas versiones se publicaron en revistas y suplementos, al igual que otras hechas por mi cuenta. De todo el conjunto he rescatado ahora una docena de las que mejor suenan, en la relectura, como poemas en español. Tendríamos así, en estas páginas, una breve muestra representativa, al menos, de las facetas más traducibles de la poesía de Hughes, que como toda poesía de la buena es, en esencia, intraducible.

Juan Tovar


1 La primera edición de este Material de Lectura data de 1991, al igual que su Nota introductoria. Ted Hughes falleció siete años después, el 28 de octubre, debido a un infarto, en Londres. (N. del E.)

2 Otras obras de Hughes son Flowers and Insects (1986), Wolfwatching (1989), Rain-charm for the Duchy (1992), New Selected Poems 1957-1994 (1994), Tales from Ovid (1997), Birthday Letters (1998) y Collected Poems (2003). (N. del E.)


Halcón posado

 

Estoy en la cima del bosque, cerrados los ojos.
Inacción, ningún sueño falsario
Entre mi corva cabeza y corvas patas;
O dormido ensayo capturas perfectas y como.

¡Que convenientes los árboles altos!
La elasticidad del aire y el rayo del sol.
Me son ventajosos;
Y el rostro de la tierra alzado a mi inspección.

Mis patas están fijas en la áspera corteza.
Se requirió toda la Creación.
Para producir mi pata, cada pluma mía:
Ahora sostengo la Creación en mi pata.

O me remonto, y le doy vueltas despacio –
Mato donde me place porque todo es mío.
No hay sofistería en mi cuerpo;
Mis modales son arrancar cabezas –

La asignación de la muerte.
Pues la sola ruta de mi vuelo es directa.
Y atraviesa los huesos de los vivos.
Ningún argumento postula mi derecho:

El sol esta atrás de mi.
Nada ha cambiado desde que empecé.
Mi ojo no ha permitido ningún cambio.
Voy a mantener las cosas de este modo.


Luna llena y la pequeña Frieda

 

Una tardecita fresca reducida al ladrido de un perro
y el ruido de un balde –

Y tú escuchando.
Una telaraña, tensa del contacto del rocío.
Una cubeta izada, quieta y rebosante – espejo.
Que incita a la primera estrella a estremecerse.

Las vacas van a la querencia por el sendero, ciñendo
a los arbustos sus tibias guirnaldas de aliento–
Un oscuro río de sangre, muchas peñas.
Balanceando leche no derramada.

"¡Luna!" gritas de pronto. "¡Luna! ¡Luna!"

La luna ha retrocedido como un artista que mira
asombrado una obra.
Que lo señala asombrada.


Una motocicleta

 

Tuvimos una motocicleta toda la guerra.
En un cobertizo – trueno, fuga, confracción
Acalambrada en herrumbre, bajo la ropa del lavado,
abatida, desclasada
Por las Metralletas, las Bombas, las Bazucas por
doquier.

La guerra terminó, las explosiones cesaron.
Los hombres entregaron sus armas
Y se estuvieron ahí, flácidos.
La paz los tomó prisioneros.
Los llevaron en rebaños a sus pueblos.
Empezó la horrible privación
De alzar a pulso una vida a partir de las avenidas
Y los centros de recreo y los salones de baile.

Entonces el autobús matutino era tan malo como
cualquier camión de trabajo.
El capataz, el patrón, tan malos como los SS.
Y los extremos de la calle y las vueltas del camino
Y la insulsez de las tiendas y la insulsez de la
cerveza.
Y la monotonía igual de pueblo en pueblo
Eran tan malas como el alambre de púas electrizado. La guerra retenida dolía en los testículos
E Inglaterra se redujo al tamaño de una pista para
perros.

Así que vino este joven callado
Y compró en doce libras nuestra motocicleta.
Y la puso en marcha, con dificultad
La pateó hasta revivirla – una erupción
Rompió el sueño de seis años, y el joven se rio.

Una semana después, cabalgándola, antes del alba,
Una mañana de neblina y escarcha,
Escapó

Contra un poste de telégrafos
En la recta larga al oeste de Swinton.


No levantes el teléfono

 

Ese Buda de plástico lanza un chillido karatesco

Ante las suaves palabras con sus esporas
El aliento cosmético de la lápida

La muerte inventó el teléfono parece el altar de la
muerte
No adores el teléfono
Arrastra a sus adoradores a tumbas reales
A través de variados recursos, de una variedad de
voces disfrazadas

Quédate quieto y sindiós al oír el gemido religioso
del teléfono

No creas que tu casa es un escondite es un teléfono
No creas marchar por tu camino marchas por un
teléfono
No creas dormir en la diestra de Dios duermes en la
bocina de un teléfono
No creas que tu futuro es tuyo pende de un teléfono
No creas que tus pensamientos son tus propios
pensamientos son los juguetes del teléfono
No creas que estos días son días son los sacerdotes
sacrificantes del teléfono
La policía secreta del teléfono

Oh teléfono vete de mi casa
Eres un mal dios

Ve a susurrar en alguna otra almohada
No alces en mi cara tu cabeza de serpiente
No muerdas más gente hermosa
Cangrejo de plástico
¿Por qué es tu oráculo siempre igual a fin de
cuentas?
¿Qué tajada sacas de los cementerios?

Tus silencios también son nefastos
Cuando se te necesita, mudo con la malicia del
clarividente insano
Las estrellas susurran a una en tu aliento
El vacío del mundo se hace océano en tu bocina
Estúpidamente oscila tu cordón en los abismos
Plástico eres luego piedra una rota caja de letras
Y no puedes proferir
Mentiras ni verdad, sólo el maligno
Te hace temblar del súbito apetito de ver a alguien
deshecho

Ennegrecientes conexiones eléctricas
Con el sitio donde la muerte blanquea sus cristales
Te hinchas y te retuerces
Abres tu bostezo de Buda
Chillas en la raíz de la casa

No levantes el detonador del teléfono
Una llama del último día saldrá restallante del
teléfono
Un cadáver caerá del teléfono
No levantes el teléfono


Salmo del tigre

 

El tigre mata hambriento. Las ametralladoras
Hablan, hablan, hablan de un lado a otro de su
Acrópolis.
El tigre
Mata expertamente, con mano anestésica
Las ametralladoras
Siguen discutiendo en el cielo
Donde los números no tienen oídos, donde no hay
sangre.
El tigre
Mata frugalmente, tras atenta inspección del mapa.
Las ametralladoras menean la cabeza,
Siguen chachareando estadísticas.
El tigre mata por relámpago:
Dios de su propia salvación.
Las ametralladoras
Proclaman el Absoluto según Morse
En un código de estampidos y agujeros que contrae
las frentes de los hombres
El tigre
Mata con bellos colores en el rostro,
Como una flor pintada en un estandarte.
Las ametralladoras
No están interesadas.
Ríen. No están interesadas. Hablan y
Sus lenguas arden azules como almas, auroleadas de
cenizas,
Perforando la ilusión.
El tigre
Mata y lame a su víctima de pies a cabeza.
Las ametralladoras
Dejan una costra de sangre colgada de los clavos
En un huerto de fierros viejos.
El tigre
Mata
Con la fuerza de cinco tigres, mata exaltado.
Las ametralladoras
Se permiten sarcasmos. Eliminan el error
Mediante la dialéctica de acá para allá
Y demostrada la tesis se callan.
El tigre
Mata como la caída de un risco, unitendonado con la
tierra,
Himalayas bajo el párpado, Ganges bajo la piel –

No mata.

No mata. El tigre bendice con sus colmillos.
El tigre no mata sino que abre una senda
Ni de la Vida ni de la Muerte:
El tigre dentro del tigre:
El Tigre de la Tierra.
¡Oh Tigre!
¡Oh Hermano de la Sierpe!
¡Oh Bestia en Flor!


Febrero 17

 

Un cordero no podía nacer. Viento de hielo
En el alba cochambrosa de aguacero. La madre
Yacía en la cuesta enlodada. Ante el acoso, se
levantó
Y el bulto negruzco oscilaba en su trasero
Bajo la cola. Tras algún arduo galopar,
Algunas maniobras, muchos tumbos de la inerte
Cabeza del cordero que asomaba hacia atrás,
La capturé con una cuerda. La tendí, pendiente
arriba,
Y examiné al cordero. Una bola de sangre hinchada
A reventar en su fieltro negro, la grieta bucal
Aplastada y chueca, la lengua salida, amoratada,
Estrangulado por su madre. Palpé por dentro,
Librando el lazo de carne materna, el resbaladizo
Túnel musculoso, buscando con los dedos una
pezuña,
Hasta retornar a la claraboya de la pelvis.
Pero no había pezuña. Sacó la cabeza demasiado
pronto
Y sus patas no pudieron salir. Habría debido
Tentalear, de puntillas, las pezuñas
Remetidas bajo la nariz
Para aterrizar seguro. Así que arrodillado forcejee
Con los gemidos de la madre. No había mano que
pudiese
Librar el pescuezo del cordero para entrar en ella
Y enganchar una rodilla. Amarré esa cabeza de niño
Y halé hasta que ella lanzó un grito y trató
De levantarse y vi que era inútil. Fui
A dos millas por la inyección y una navaja.
Corté los tendones de la garganta, hice palanca con
un cuchillo
Entre las vértebras y arranqué la cabeza del cordero
Para que mirara a su madre, sus tubos posados en el
lodo
Con toda la tierra por cuerpo. Luego empujé
Para remeter el muñón del pescuezo, y al empujar yo
Empujó ella. Empujó gritando y yo empujé
jadeando.
Y la fuerza
Del empuje natal y el empuje de mi pulgar
Contra las vértebras flojas sumaba un empate,
Futilidad a un lado y otro. Hasta que forcé
La entrada con la mano y cogí una rodilla. Luego,
como
Alzándome hasta el techo con un dedo
Enganchado en un lazo, ajustando mi esfuerzo
A sus gemidos de parturienta, jalé contra
El cadáver que no quería salir. Hasta que salió.
Y después el largo, súbito, amarillo yema
Paquete de vida
En un humeante resbalar de aceites y sopas y
jarabes –
Y el cuerpo yacía, nacido, junto a la cabeza
tronchada.


 

El potro de un niño

 

Ayer no se le hallaba en parte alguna
En los cielos o bajo los cielos.

De pronto está aquí – un cálido montón
De brasas y cenizas, acariciado por el viento.

Una estrella se desplomó del espacio exterior –
fulguró
Y se extinguió en un destello.
Ahora algo se mueve en el rescoldo.
Decimos que es un potro.

Todavía aturdido
No tiene idea de dónde está.
Sus ojos, sombreados de rocío, exploran tristes
paredes y un cegador vano de puerta.
¿Es esto el mundo?
Lo desconcierta, como un entumecimiento.

Se recupera, habituándose al peso de las cosas
Y a ese caballo alto que lo toca, y a esta paja.
Descansa
Del primer golpe seco de luz, el vacío deslumbre
De las enormes preguntas –
¿Qué ha ocurrido? ¿Qué soy yo?

Sus orejas siguen preguntando, cautelosas.

Pero sus patas están impacientes,
Recobrándose de tanto tiempo no ser nada
Bullen de ideas, empiezan a poner unas en práctica,
Doblándose a un lado y a otro,
Buscando el punto de apoyo, aprendiendo aprisa –

Y de pronto está en pie

Y se estira – como si una mano gigantesca
Lo acariciara del hocico al casco
Perfeccionando su contorno, en lo que aprieta
El nudo de sí mismo.
Ahora camina trastabillando
Por la tierra espectral. Su nariz
Vellosa y magnética lo jala, incrédulo,
Hacia su madre. Y el mundo es cálido
Y solícito y gentil. Toque a toque
Todo va ensamblándolo.

Y pronto será casi un caballo.
No quiere más que ser caballo,
Finge cada día más y más caballo

Hasta ser caballo perfecto. Y caballo ultraterreno
Lo recorre, ingrávido aleteo de llama
Bajo rachas súbitas,

Y enreda sus cascos y el globo de su ojo
En un solo terror – como el terror
Entre el relámpago y el trueno,
Y curva su cuello, como el monstruo marino al
emerger,

Y esparce las lunas nuevas en su estandarte
tempestuoso,
Y las lunas llenas y las lunas oscuras.

 


La vida trata de ser vida

 

La muerte también trata de ser vida.
La muerte está en el esperma como el marino
ancestral
Con su horrible relato.

La muerte maúlla entre las mantas – ¿es un gatito?
Juega con muñecos pero no puede interesarse.
Contempla la luz de la ventana y no puede
discernirla.
Usa ropa de bebé y es paciente.
Aprende a hablar, mirando las bocas de los otros.
Ríe y grita y se escucha pasmada
Contempla los rostros de la gente
Y ve la piel como una luna extraña, y contempla la
hierba
En su posición igual que ayer.
Y contempla sus dedos y oye: "¡Miren a ese niño!"
La muerte es un expósito
Atormentado por cadenas de margaritas y campanas
de domingo.
La arrastran de aquí a allá, como muñeca rota,
Niñas que juegan a las madres y a los funerales.
La muerte sólo quiere ser vida. No acaba de poder.
Llorando está llorando por ser vida
Como por una madre a la que no recuerda.

Muerte y Muerte y Muerte, susurra
Con ojos cerrados, tratando de sentir vida

Como el grito en la alegría
Como el brillo en el relámpago
Que vacía el roble solitario.

Y esa es la muerte
En las astas del alce irlandés. Es la muerte
En la aguja de hueso de la cavernícola. Y todavía no
es muerte –

O en el colmillo del tiburón que es un monumento
De su lamentación
En un litoral de la vida.


Senectud se levanta

 

Agita sus brasas y cenizas, sus palos quemados

Un ojo cubierto de polvo, a medio fundir y sólido
otra vez
Pondera
Ideas que se derrumban
Al primer roce de la atención

La luz en la ventana, tan cuadrada y tan misma
Tan bien-fuerte como siempre, el marco de la
ventana
Un andamio en el espacio, donde los ojos se apoyen
Sosteniendo el cuerpo, conformado a su vieja tarea Haciendo leves movimientos en aire gris
Pasmado del borroso accidente
De haber vivido, el daño real, fatal
Bajo la amnesia

Algo trata de salvarse – busca
Defensas – pero las palabras evaden
Igual que moscas con sus propias nociones

Senectud se viste despacio
Bajo el peso mortal de su dosis de noche
Se sienta en la orilla de la cama

Junta sus pedazos
Se faja flojamente la camisa

Junta las nubes de gas estelar

Se apoya en la puerta, resollando
Cruje hacia el baño


Escuela de sordos

 

Los niños sordos eran ágiles monos, peces trémulos y
súbitos.
Tenían caras alertas y simples
Como caras de animalitos, pequeños lémures
nocturnos en la luz de la linterna.

Les faltaba una dimensión,
Les faltaba una sutil aura oscilante de sonido y
respuestas al sonido.
Todo el cuerpo era ajeno
A la vibración del aire, vivían por los ojos.
La clara mirada simple, la plena atención instantánea.
Sus seres no estaban trenzados en una voz
Trenzada a su vez en una cara
Oyéndose a sí misma, su propio público y auditorio,
Aparición camuflada, aseveración en duda –
Sus seres se escondían, y sus caras asomaban del
escondite.
Con lo que hablaban era una máquina,
Una manipulación de dedos, un tablero de control de
gestos
Allá afuera en el espacio extraño
Apartado de ellos –

Sus caras sin usar eran simples lentes de vigilancia
Simples charcos de candorosa vigilancia

Sus cuerpos eran como sus manos
Más ágiles que cuerpos, como los martinetes de un
piano,
Una viveza de marioneta, una simple acción mecánica
Una vaguedad de jeroglifo
Una estilizada escritura
Deletreando señales aproximadas

Mientras el ser atisbaba tras la cara del simple
encubrimiento,
Una cara no meramente sorda, una cara en la
oscuridad, una cara no apercibida,
Una cara que era simplemente la piel frontal del ser,
encubierto y aparte.


Discurso desde la sombra

 

No tus ojos, sino lo que disfrazan

No tu piel, justo con esa textura y luz
Sino aquello que la usa por cosmético

No tu nariz – ser o no ser hermosa
Sino aquello para lo cual espía

No tu boca, no tus labios, no sus ajustes
Sino el hacedor del tubo digestivo

No tus pechos
Porque son diversión y aplazamiento

No tus partes sexuales, tus recompensas ofrecidas
Cuya naturaleza es la de una flor
Técnicamente peligrosa

No las redes de tu voz, tu donaire, tu compás
Tu droga de un millón de microseñales

Sino el propósito.

La piedra sobrenatural en el sol.

El ojo fiero
Del halcón, tras su capucha

Domado y hecho
A sus propias mixtificaciones

Y a los dedos de los hombres.


Un dios

 

El dolor le tapó los ojos como un sombrero de bufón
Le enterraron electrodos de dolor en los parietales.

Era inerme como un cordero
Que no puede nacer
Cuya cabeza cuelga bajo el ano de su madre.

El dolor acuchilló su mano, en la horcadura de la M,
Hecho de hierro, del corazón de la tierra.
De ese dolor pendió
Como si lo estuvieran pesando.
La destreza de sus dedos le valió
Lo que los cascos del buey, en el bote de basura,
Valen a la cabeza cortada a cercén
Que cuelga de su gancho galvanizado.

El dolor enganchó su pie de parte a parte.
De ese dolor, también, pendió
Como si lo exhibieran.
Su paciencia tenía sentido sólo para él
Como la sanguínea sonrisa invertida
De un medio puerco colgado.

Allí, colgado,
Aceptó el dolor a través de sus costillas,
Porque no era más capaz de evitarlo
Que la colgante liebre del recovero,
Oculta debajo de ojos que se aconcavan,
Es capaz de evitar
Lo que ha reemplazado su vientre.

No podía entender qué había pasado

Ni en qué se había convertido.