Material de Lectura

Nota introductoria


In memoriam, maestra Lilia Osorio

 

José Kozer es un escritor en el sentido absoluto de la palabra. Escribir es la actividad principal de su vida. Ese afán obsesivo está dado por la conciencia del registro como constancia fundamental del ser. Si no se escribe, no hay testimonio de existencia: no se vive. Para él, la literatura es una profesión que hay que llevar con rigor: cada libro (y cada cosa) tiene su sitio y su tiempo; sus diarios, poemas, correspondencia y demás están meticulosamente organizados en carpetas. Todo dispuesto con un sentido de obligación primordial con el lenguaje. El requisito indispensable es el de llenar los blancos que van dejando las fechas. De este modo, la poesía de Kozer está basada en la palabra como instrumento total para percibir y aprehender el mundo. Una cosa similar ocurre con Alejandra Pizarnik. La gran diferencia entre estos dos escritores es que mientras la argentina va en busca del silencio, el despojamiento de la palabra como único refugio alternativo (que, en los términos de su vida, significa suicidio), en el cubano la palabra es profusión, prolijidad, la aventura del lenguaje por todas las vías posibles-imposibles de expresión.

José Kozer es de esos poetas que nunca están conformes con su trabajo. Su literatura emerge a partir de la obstinación del idioma. A pesar de hablar y escribir con fluidez en inglés, eligió el español como modo de expresión (hay que recordar que en 1960 o 1965, el español no abundaba, como hoy, en Nueva York). Curiosamente, Kozer se ha convertido, con el tiempo, en uno de los mejores exploradores de la lengua: su poesía es invención, descubrimiento. Cada día, la tarea literaria consiste en reinventarse, imponer un nuevo orden al trabajo poético. A partir de 1983, el proceso de innovación, sobre todo a nivel de la construcción gramatical, se acelera notablemente. La poesía de Kozer —junto con la de algunos otros en Hispanoamérica— experimenta con el lenguaje a grados sumamente asombrosos: el verso larguísimo que, en Carece de causa, alcanza dos páginas; el paréntesis que adquiere nuevas funciones sintácticas; la indeterminación del sentido en favor de una predilección por la contigüidad asignificante, que favorece la sinécdoque; etcétera. Y todo esto en combinación con un examen riguroso de lo singular del momento actual, expresado en la multiplicidad de los temas desarrollados en su poesía, desde la crónica diaria de los quehaceres más banales, hasta la reflexión de fenómenos devastadores como el Holocausto.

En esta breve selección, el lector encontrará los modos en que Kozer ha ido descubriendo su(s) propia(s) voz(voces). Aunque no se conserva estrictamente el orden cronológico, sí se respeta la frecuencia de ciertas obsesiones que han ido permeando la obra. Pero, sobre todo, esta selección quiere ser un mínimo muestrario de las variantes expresivas de Kozer. Vista de esa manera, Bajo este cien sería el parteaguas de la obra del cubano; por un lado, los primeros libros, que desembocan en la antología; y, por el otro, los volúmenes posteriores. Es decir, en su modo inicial Kozer recurre a la ironía, a la automofa y a la agudeza lingüística (a partir de cierta influencia de Nicanor Parra) como recursos de una literatura que se origina en el dinamitaje de los modelos de la tradición. En un segundo modo, el cubano es aun más explosivo, pues hace que la virtud lingüística se formule a partir de la destrucción de la metáfora global y equilibrada del mundo. En “Te acuerdas, Sylvia” (Este judío de números y letras, 1975), por ejemplo, se hace uso del lenguaje directo para hablar del padre. Compárese ese poema con “Retrato de DK a los 76 años de edad” (Carece de causa, 1988). Inmediatamente, uno puede visualizar la diferencia; los versos del segundo se extienden, mucho más largos, en la página; la invención sintáctica radica en asignar a cada verso una sola oración que se diversifica, sin signos de puntuación, y que no emplea el orden tradicional de sus partes. Kozer usa la metonimia (y, sobre todo, la sinécdoque) para referirse a las ansiedades derivadas del conocimiento del padre; por ejemplo, acude a la profesión de sastre de su progenitor, pero de modo marginal, parcial: “Se agota absorto en el botón que le cuelga de un hilo en la bata azul celeste de casa una salivilla azul celeste le cuelga del labio inferior (irá) a desprenderse del cielo sobre la tarde...” El mal que abate al padre es transferido por contigüidad. La realidad inmediata de ese hombre está dada a través de aquellos datos que lo identifican: los hilos, las agujas, los diferentes tipos de telas, los sacos a medio hacer, etcétera. Lo mismo ocurre si revisamos el último texto de esta selección, “Figura”. Allí, el cubano establece su relación con el lenguaje; la “figura” se empalma metonímicamente con muchas superficies, aunque siempre se duda de esas filiaciones. Los elementos marginales (en paréntesis) pueden llegar a constituir la materia que asedia toda pretensión lógica y uniforme. El primer verso termina con la asociación del árbol con la figura, pero sólo para concluir en la arbitrariedad con que esos significantes se reúnen en la periferia.

De este modo, uno puede leer muchos de los últimos poemas de José Kozer y encontrar que en cada instancia hay una transgresión (incluso, y justo en esa medida, en los de índole oriental; ver el “Interludio” de esta selección). El hallazgo místico, por ejemplo, se da en la inmediatez y no como una búsqueda “profunda” y teológica en los vericuetos de la divinidad. El registro de la múltiple cotidianidad se convierte, así, en un instrumento básico de conocimiento. Llevar a cabo ese proceso con parsimonia y minuciosidad es labor que José Kozer ha tomado con absoluta seriedad. Sólo en esa medida podrá concebir la complejidad histórica de nuestro momento.

 

 

 

Jacobo Sefamí