Y así tomaron posesión en las ciudades
Interludio
[LOS RASGOS Y LA SOMBRA...] [EN SU PEQUEÑA DESVERGÜENZA...] [ES CUMPLIDOR, JAPONÉS Y ELABORADO...] [EL FILÓSOFO MO TSE ENSEÑA...]
LOS RASGOS Y LA SOMBRA de la mujer milenaria de Cheng Ho acusan tanto la reserva como el desaliento mismo de la paciencia. Todas las tardes regresa de la inspección y al llegar al puente de bambú que la separa del caserío donde rige en nombre de su marido el almirante Ho la vieja princesa Ming no se atrevería a apoyar la imaginación hace años exenta de palabras. Incluso en 1307 amó al primer arzobispo Juan de Monte Corvino huraño y animoso bajo la posición del sauce y las estrellas cuando los tibetanos sin límites al cielo se amurallaban al pie de las estatuas de la soberbia asiática. Incluso su marido de saberlo callaría: mutuo es el respeto cual acequias paralelas que vivifican por una parte frutas del mes de agosto y al otro lado de aquel camino sin orlas ni despido un horizonte al mar para Cheng Ho recaudar las tributaciones que no son pañuelos. Fueron demasiados años para ella cuesta arriba, doctrinaria. Demasiados años la piedad y la obediencia para Cheng Ho, el almirante eunuco, conquistador del Océano índico, de Ceylán y Sumatra.
EN SU PEQUEÑA DESVERGÜENZA borda cuatro letras azules y rememora. La penumbra de la habitación se presta al menudo apogeo de los ruiseñores capaces de dislocar la mañana. Sobre el mantel el alba confunde la llama del quinqué, los gorriones dejan sobre la nieve la insistente repetición de un ideograma. Y el alba la seduce a despertar orientando el fragor de una tetera, las quietas porcelanas de un agua de jazmín, la intensa caligrafía rumorosa de unos pasos. Cuando entre su madre apoyada en un bambú los sampanes habrán navegado hacia las desembocaduras de una sombra. Guiada por el río pasará una doble bandada de azulejos girando cuando entre su madre a regañarla en el insomnio. Sobre la chimenea los objetos simularán una última vivacidad indeterminada cuando la muchacha busca su dedal revolviendo entre los hilos de su costurero.
ES CUMPLIDOR, JAPONÉS Y ELABORADO, amanuense. Es breve, además, para los oficios, los banquetes, la diplomacia. Acata, con sus disimulos, por el Emperador y la Emperatriz. La nación, para los libros y el futuro desenrolla y venera sus manuscritos. Se reconoce en sus versos con alondras y duraznos. Todo el país lo representa con sus tonos naranja. Aunque ninguno considere su ternura mayor que parasoles. La somnolencia y la delicadeza en sus ojos de sapo.
EL FILÓSOFO MO TSE ENSEÑA: refutarme es como tirar huevos a una roca. Se pueden agotar todos los huevos pero la roca permanece incólume. El filósofo Wo agota los huevos del mundo contra una roca y la conquista. Primero, al hacerla memorable. Segundo, porque en lo adelante y dada su amarillez excesiva quienes acuden a la roca confunden la luna y los caballos. Y tercero, aún más importante: un veredicto actúa sobre otro veredicto, anula la obsesión de sus palabras.
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