Material de Lectura

Saúl Ibargoyen



Selección y nota introductoria de Jaime Labastida



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Nota introductoria

La patria del escritor es el idioma. Cada escritor, sin embargo, admite en sí ese idioma de una manera distinta. La lengua habla a través de nosotros, es cierto, pero no es menos cierto que también los escritores intentan dominar esa estructura que nos habla, que no hemos hecho, que hemos heredado, y, que, pese a todo, es lo más entrañable, lo más profundo de nosotros mismos.

Todo hombre es un animal de palabras. La manera como esa patria desgarrada y común que es el idioma nos atraviesa, la manera, también, como la atravesamos, es un asunto al mismo tiempo individual y colectivo. Podemos comprobarlo, de súbito, en estos poemas de Saúl Ibargoyen.

La materia lingüística de que están construidos estos poemas es una materia plástica y múltiple. Es un lenguaje de fronteras: de fronteras físicas, nacionales, de paisajes humanos, desde luego; pero, sobre todo, es un material lingüístico construido entre fronteras habladas, entre lenguas que, por ello mismo, se tocan, se interpenetran, se enriquecen. Provincias lingüísticas que se borran y vivifican: entrerríos, entresierras, entrambasaguas, entrelenguas...

Saúl Ibargoyen goza haciendo de la materia verbal una materia moldeable, juega con ella, la hace una cosa viva, muy viva, palpitante. Como si un animal extraño habitara en esa estructura también extraña que es el lenguaje de la frontera entre Uruguay y Brasil, entre el español y el portugués: palabras nuevas, palabras vivas, sintaxis flexible, que arroja luces inesperadas por sus formas de construcción.

Saúl Ibargoyen es no sólo poeta, también es narrador y es crítico. Los tres espacios vitales de ese lenguaje (el de la poesía, el de la narrativa y el de la crítica) en él se retroalimentan: forman parte de una misma desgarradura. Por eso, en él, los pequeños seres que pueblan el mundo (hombres, cosas, animales) aparecen bajo una luz moribunda. La piedad y el amor atraviesan la poesía entera de Ibargoyen, un hombre sabio, que ha viajado, visto y comprendido.

Ibargoyen es un hombre de fronteras y de viajes, un hombre que se ha desprendido de muchas pieles, que se ha arrancado llagas al tiempo que la carne lacerada y viva; que ha olvidado multitud de estaciones y lugares; que ha cambiado de oficios y países, pero que siempre ha sido consecuente consigo mismo y con su patria primordial, el lenguaje, que es la patria común a todos los hombres, sin que importe su linaje. La patria verdadera de Ibargoyen es, pues, su lenguaje, el nuestro.

Así, en la poesía de Ibargoyen “los pájaros ladran” porque las relaciones entre las cosas han dejado de ser transparentes y unívocas. Es un hombre —un poeta— que “ya no puede volver”, lleno de una profunda tristeza. La patria, dice, “está conmigo”, lo que quiere decir que está adentro de él, en forma de nostalgia y socavón: un exilio perpetuo.

Y, sin embargo, pese a todo, Ibargoyen, como Vallejo, sabe hablar de la esperanza.

Estamos en presencia, no vacilo en afirmarlo, de un poeta extraordinario en el sentido más exacto del término, un poeta fuera de las normas comunes, que ha aportado al idioma castellano todas las impurezas vitales de otro idioma, colindante pero distinto, gracias a lo cual lo ha encarnado en una poesía que agoniza y palpita, atravesada al mismo tiempo por el amor y el dolor. Ibargoyen es un poeta de abismos, la única clase de poetas que verdaderamente interesa a los demás hombres.
 

Jaime Labastida

Nota biobibliográfica

 

Saúl Ibargoyen nació en Montevideo, Uruguay, en 1930. Fue empleado bancario, profesor de literatura, militante político, coordinador de programas de televisión, dirigente de la Sociedad de Escritores y de la Asociación de Escritores del Uruguay, etcétera. Su actividad periodística comenzó hace más de 25 años. Actualmente* es jefe de redacción de la revista Plural, editada por el periódico Excélsior. Estuvo exiliado en México de 1976 a 1984; luego de residir en su país varios años, desde 1990 radica en el Distrio Federal.

Su obra literaria llega a los cuarenta títulos, entre poesía, cuento y novela, además de tres antologías de la poesía latinoamericana que preparó con Jorge Boccanera.

Entre sus libros destacan Palabra por palabra, Ciudad, Basura y más poemas, El otoño de piedra, Exilios, De este mundo, Fronteras de Joaquim Coluna, La sangre interminable, Noche de espadas, Los dientes del sol, Epigramas a Valeria, Erótica mía.

Ibargoyen ha sido jurado del Premio Casa de las Américas, La Habana; del Premio Internacional de Poesía “Rubén Darío”, Managua; del Premio Plural, México; entre otros.**


* Esta nota acompañó la primera edición del Material de Lectura, publicada en 1993. (N. del E.).

** Otros libros de Ibargoyen son La última bandera, La ventana del río (plegable), Grito de perro y El escriba de pie, por el que recibió el Premio Nacional “Carlos Pellicer” por obra publicada en 2002. Obtuvo el primer premio en los XXXIV Juegos Florales de San Juan del Río, 2004, por ¿Palabras?  (N. del E.)


Tú y la nada

 

No me escucharás
nada pasará por ti
nada pasará ni sombra ni sonido
ni mano a agarrar
ni hueso firme enlutado
ni tijera ojerosa estremeciéndose
ni botella harapienta y maldecida.
Nada irá por ti
a qué invitarte?
No podrás reconocer lo desvivido
tu desnuda apariencia
el traje erguido
la deslizada túnica
las rodillas en orden
la sandalia jadeante.
Cuál será tu recurso
la fórmula airada
el método sangriento
el furioso sistema
tu ciencia destruida?
Nada ocurrirá por ti.
Otra vez sin embargo te digo
de visitar los callejones transcurridos
y subir esta ancha ciudad
en su deshábito
la hierba tocar
donde los campos permanecen
dar aviso al aullido y su perro
caminar la oscura piedra
en la playa extendida.
Nada nuevo en ti.
Te llamo a mi mesa
de una tabla sola
de un vaso calcinado
y una apenas cuchara
con una sola sopa
y tenedor y cuchillo
según me enseñaron
y un solo pan partido
que nombro para dártelo
en tu hambre tan muerta y poca.
Nada hay en ti
no somos parientes ni hermanos.
La amistad no sucedió
como una hoja
entre nosotros.
No hablo de amor
ni de encorpadas sábanas
ni almanaques dudosos
ni cartas ni fechas ni lágrimas menciono.
Nada podemos hacer en ti.
Aquí estoy
con mi fósforo o mi lámpara
soportando lo propuesto
golpeando lo vivamente vivido
encendiéndome sin luz
con mis manos solo
luchando en mi mesa
y cubriendo calles y tierra
sí descalzadamente.
Nada pues y cuando la carne
el terrón cotidiano
no esté más contigo formándote
el ojo llorado el mojado pelo
la recta fuerza el rostro así
los labios escupidos la cara
sabrás hacer
con sólo huesos
tu retrato?


Árboles

 

Volvemos a pasar
bajo los mismos árboles:
han de ser otros
el metal y la madera
y el barro de los pasos caminados.
Pasamos otra vez
bajo los mismos árboles
y aparece la aplastada
raíz que rompió antiguos
zapatos y las piedras
son planetas gastándose
que nadie intenta ahora recoger.
Nuevamente cruzamos
bajo las sombras
donde chocan sílabas
que apenas dijimos o pensamos
salivas ensuciadas sedimentos
restos masticados
de gritos y silencios.
Una hoja es
el rostro de otra hoja
y cada pétalo contiene
los terribles hedores
de la tierra.
Y volvemos a pasar
debajo de nuestros
propios cuerpos dormidos
(cerca del mar estuvimos
golpeados por las grandes
aguas que en estos días
suelen volcarse sobre la hierba).
Y no despertamos
para ver lo que ha quedado
como un espejo hundiéndose
en la enturbiada luz total
que lo alimenta.
Pasamos otra vez
y siempre lo igual
se sostiene diferente.
Y bajo los mismos árboles
cruzan los dientes de los muertos
sus huesos que nunca
dejaremos de tocar
sus carnes hambrientas rajadas
por un hierro sombrío
sus ojos donde siempre
estará nuestra memoria
su espasmo de amor
que no podremos repetir.
Pasamos otra vez
bajo los mismos árboles:
pasaremos otra vez
entre el lento sabor
de la muerte y de la lluvia.

 


El regreso

 

Con tu boca pegada
a mi espalda
sigo la dirección
de inmensas calles
y en mis hombros
una bandera de polvo
parece declinar.
Es aquélla la sombra
de un pueblo
que después de esta sombra
se levanta?
Hay un nombre
escrito en estos aires
o es un trazo de humo
que sale de mi voz?
Sin embargo cada día
se completa con sus pájaros
que llegan tal vez
desde un profundo litoral.
Una sangre pesada busca
que se abran alamedas
cruzándonos el cuerpo
y tú me empujas
vuelves a nombrarme
me indicas las cartas
que debo escribir
soplas en mi oído
los tamaños del cielo
metes en mi carne
las tensiones del sol.
Yo puedo decir con letras
tu distancia
y escuchar en mi vaso
el ruido de las aguas
que un día inevitable
entrarán en el mar.
Quién eres tú
después de todos los años
usados en pensarte
como un viento oloroso
disolviéndose en la luz?
Qué serás tú
cuando mi memoria
se encuentre contigo
y podamos sumar
las cifras de la muerte
los números exactos del dolor
la cantidad de cenizas
y de lágrimas
los extraviados besos
las bocas insultadas
y esas manos tenaces
en su gesto final?
Qué seré yo:
qué cosa andante
de pelos y huesos
qué costosa forma
regresando a decirte
que de algún modo sangriento
tendremos que cantar.

 


Cero

 

Aquello sucedió rápidamente.
Tan de pronto ocurrió
que no hubo tiempo
de cerrar los ojos
de mirar
de tener miedo.
Quedaron manos detenidas
en actos de amor
de piedad de furia
los gritos fueron
rígidas flechas absorbidas por el viento
el sol un diente helado
comiéndonos los nervios
la noche una distancia
claramente presentida
los amantes estatuas
abrazadas a lo eterno.
Tan de súbito ocurrió
fue aquello tan perfecto
que el árbol
no fue árbol
ni la rosa
fue rosa
ni el niño
fue niño
ni la piedra
fue piedra
ni el agua
fue agua
ni el silencio
silencio.
Un nuevo sistema
castigó la hierba
penetró las escamas y los pétalos.
Ya nadie pudo
refugiarse en el sueño
ya nadie tuvo luz
ya nadie tuvo sombra
ni se miró al espejo
ni copió más pecados
ni adquirió más defectos
ni exaltó pasiones
para después negarlas
ni murió por verdades
o por alma
ni se mezcló entre el futuro
y el recuerdo
ni se agarró
al desgaste del deseo
ni a la fiebre
ni a la fe
ni a una planta
de sencillas hojas verdes
ni a un perro esperando
con la cola levantada
ni a un perfume
de cabellos en la noche
ni a un fantasma
disfrazado de esperanza.
Aquello fue tan rápido
tan técnicamente exacto
y en pureza concebido
que los ojos abiertos
quedaron abiertos
y los ojos cerrados
quedaron cerrados
y los informes fueron
por siempre
secretos.
Fue tan rápido
que ocurrió
en menos del tiempo
necesario a la boca
para ser un beso.
Porque aquello vino de una boca
fríamente diciendo:
Tres
Dos
Uno
Cero.

 


Ars poética 1966

 

—debemos borrar tantas palabras
inventar un sonido que no sea
el simple acuerdo
o el oscuro contrato entre dos letras
—deben morir las formas vivas
la tibieza del pájaro
los temblores de la boca
la piel latiendo desde el corazón
y su nostalgia ociosa
las flores que sorben el agua turbia
confundida normalmente con la sangre
—deben claudicar la trascendencia insólita
el adjetivo estridente
el sublime concepto y el orgasmo
y la humildad y el tedio y la locura
—y las musas (venales corrompidas puras
hermosísimas hipócritas)
deben ser entregadas a aquellos
que solamente han aprendido a poseerlas
—debemos borrar tantas palabras y morder
la raíz de cada sueño
y lograr el perfume
no la rosa
y repudiar las llamas y alcanzar el fuego.
—para quien toda lucha
es siempre un signo
una vibrante señal de advenimiento
un gesto de astronauta sostenido
en las sombras finales
que a la tierra llaman
—para quien crece de pie
entre los suyos
que aun no comprenden
el exacto por qué de su estatura
—para quien abre territorios
con su grito
y queda en el silencio
postergado
—para quien lleva distancia
en la mirada
y la extiende en caminos
y se aparta
—para quien designa banderas tomando
los poderes del aire
o del recuerdo
—para quien en su lecho
se abandona
a todos los misterios
—para quien sabe con dolor
desprenderse de lo humano
y pierde su condición
y su fiebre enrarecida
y su vieja sustancia
y deja de temer
porque así nace
—para quien desciende
en lo terrible de la carne
donde su eterno rostro
está multiplicándose
—para quien sólo aprende
a desnudar su terco hueso
y no canta
y no puede esperar
porque la muerte
porque el hambre
porque el amor y la bomba total
y muchas cosas
—para quienes ya no creen
en las palabras
debemos borrar toda palabra.

 


Exilios

 

Alguien menciona todavía
la tristeza
vuelve a invocar la soledad
la necesita como a una almohada negra
y se equivoca de infancia
y cambia de ventanas
para desviar la luz.
Pero el sonido susurral del carpintero
fermenta las mesas la silla
los armarios
y hay un ruido de ríos ayuntándose
en el estrecho océano del Plata:
hojas muy delgadas conteniendo el agua
neblinosos colores cabalgando el barro
peces partidos playas rotas
deteniéndose en los cauces enterrados.
Alguien vuelve a repetir
que estamos solos
insiste que es mejor no estar
dejar de ser borrarnos.
Pero desde el principio transitamos
un ámbito de hierbas perdurables
y una oscura señora nos señala
que debemos entrar en cada casa
como sencillamente ingresa
una mano en un guante.
Alguien vuelve a navegar
su lágrima
a circular por ella hasta apagarse.
Pero hay una crónica sonora
clandestina rumorosa sangrienta
y una barca de pobrezas naufragadas
y cualquier María del Sur
en una clara tinta de mujer
se hunde
para estar después en su regreso.
Alguien contempla
el humo que viaja a otros países
las estrellas deshaciendo
su sistema celeste.
Qué templos habrá con altas piedras quemadas
qué animales sagrados y flores amarillas
y aguas evaporadas y nocturnos inciensos
y mujeres sometidas amando extrañamente
y navíos disgregándose en mares de violencia
y la sal clavada en la madera
y la amarga humedad de los muelles
bajo el viento?
Alguien cumple la raíz
de su viaje:
cuando declinan los trenes y los puertos
qué gastada lágrima
qué hilo visceral
qué monedas
se interrumpen o acumulan?
Alguien eleva su alabanza
a la anchura a la claridad
de otros aires otros soles otros cielos.
Hay manos que incansablemente
escriben
nombre por nombre
la señal
de aquellos todos que se fueron. 

 


Materia escriptoria

 

Esto es lo que fue dicho
en un aire sin hojas.
Esto es lo que fue escrito
en la piedra masticada
por el sol.
Esto es lo que fue levantado
en el sangriento desgaste
del tiempo de un día.
Y todo lo dicho
y escrito
y alzado
cabe en la espesura
de un pétalo seco.
Porque si abres la mano
tu puño será una campana de sombra
crujiendo entre el polvo
y el vacío.
Porque si queda en los dientes
un resto de canción
en tu boca habrá señal
de ese silencio.
Porque si en los zapatos
se empozan lágrimas
suero sudor agua perdida
qué harás de tu alameda
tu calle o tu camino?
Está escrito y fue dicho
y ahora parecidamente
se repite:
asesinada rota sumergida impura
la palabra es siempre palabra
y el pájaro es siempre pájaro
aunque el humo destruya
su rumbo en el cielo.
Y muda o sonora
cada voz se desplaza
se junta con mano y papel
con piedra y mano
con mano y madera
con mano y su tantísimo esqueleto.
Pues esto es lo que fue escrito:
la grieta incurable en la almohada
la inscripción en la cama
de una carne sin sueño
el ojo enredado en ceniza profunda
el olor de la ropa
quemada en la sangre
tu nombre desprendido
las uñas ya muertas
el material gritador de tu cuerpo
desordenándose en salivas
desgajándose en estiércol
nutriéndose
de oxidados orines de perro
tu presencia despatriada
la guerra en tus pueblos totales
cada hueso tuyo trozado y medido
tu invencida palabra.

Esto es lo que fue dicho
esto es lo que fue escrito. 

 


Tríptico de aguas dulces

 

1

Ríen o gritan
los lobos desde el mar.
En su comarca de durísima espuma
bajo nubes de sales imbatibles
y en un viento horizontal
de rocas girantes
gritan y preparan
(carne dispuesta y mordidas destrucciones
piel perfecta y semen)
los crueles ciclos
las cosechas del otoño.
Gritan o ríen y son
móviles raíces hundidas y flotantes
en la materia del océano
pan desnudo corrompiéndose
en las playas inflamadas
de hambre y de sol.

2

No es la furia abismal
ni el latido nocturno de los médanos.
No es la Punta del Diablo
ni su rojo inexpresado.
No es el rastro del hombre
con su canasto de prohibidas cacerías
ni es el excremento emblanquecido
de la gaviota agresora y mortal.
No es la piedra molida
que el niño usara
en sus frías casas de palo
ni son los metales arrugados
en una cáscara final.
No son los largos anzuelos
y su trampa de sangre
ni es la red cerrándose
ni el garrote machacante
ni la cuerda de asfixia
ni es el cuchillo
ni es el puñal.
No es una sed
que las moscas agudizan
ni son los tres caballos
de las seis patas ardidamente fatigándose
ni son los cinco nombres
de aquellas dos islas.
No es el árbol
—acacia pino costero laurel—
ni es la hierba indefensa
en el anchísimo ocre
y el calor.
Es sólo la inagotada lluvia
clavándose en la arena
como una torre presente y combatiente
en su fuego y su ceniza.

3

Aguas de las vísceras marinas
aguas de la dulce fuerza terrestre:
por su calle central
un caracol apoyándose
en ávidos mantos de blancura
con pie implacable desordena
los nutrientes socavones de la costa
y el único cuerno dorado
se contrae y avanza
tactando el olor
de mezcladas burbujas enemigas
pastando ácidas hierbas
entre pelos y pieles de lobos asesinados
rompiendo elaborados refugios
de nácar y cal
deshaciendo penachos
branquias amapolas
arrancando escamas iniciales
al albatros sin viento
mojado por la sal.
Vuelve el agua y quema
desmembrados edificios
obrajes perdurables
y secretos navíos
y el caracol regresa a su coraza
labios y lengua capturando
los parasiempre sonidos del mar.

 


Patria perdida

 

Ya no puedo volver
¿cuál es mi patria?
Me han pedido
que descanse el corazón
que resucite
la insistencia lograda
tenazmente
que reitere mi atención
por el perfume
de las pálidas estrellas imprevistas.
En el principio de las huellas
allá lejos permanecen
un símbolo enfermo
y una gastada bandera
sosteniéndose.
Mi punto de partida
fue el olvido
fue aquella pureza necesaria
con que a veces la memoria
se entretiene.

De distancia a distancia
por encima de piedras
de rotas arenas calcinadas
a través de la tierna
resistencia del trébol
del esquema carnal
de la caricia
del sostén transparente
de las lágrimas
a través de la pasión
que por descuido
convierte el tiempo
en forma derrumbada
a través del abandono promovido
por leyes que rechazan
la esperanza
a través de todo hice camino
repitiendo conductas y palabras
tomando por la fuerza
el motivo de los besos
aceptando ver distintas
las cosas que no cambian.

Ya no puedo volver:
perdí mi patria
en cualquier esquina
de una calle sorprendida
o en el fragor de engaño
que ejecutan las campanas
o en la magia repetida
que suponen los crepúsculos
o en cuerpos roídos
que su sombra depositan
llegando desde oscuras
empresas de muerte.

Perdida está mi patria:
destrozados
su fresca latitud
de amplias raíces
y su prólogo de sueño
que aún se niega
a la ofensa brutal
de las mentiras.
Perdida en los altos
aullidos de la noche
en la tierra apagada
que apenas respira.
Pero el mar se acerca
y la define
con el secreto susurro
de la espuma
y los ríos proponen
que se extienda
hacia antiguas fronteras derrotadas.
¿Dónde está mi patria?
No puedo ya volver:
está conmigo.

 


Té con bizcochos

 

La madre deshace
con su indeciso pie
el desgarrón de luz que el otoño
introduce en las habitaciones.
La boca de la madre
tiene saliva huidiza
palabras sin raíz ni color
indicios de un lento bizcocho.
Y dice al hombre
que prepara las tazas del té
y su azúcar insondable:
“¿Por qué se ha ido el padre
por qué sin saludarnos
como esas sombras que de pronto
no quieren respirar?”
La boca de la madre
tose encerrada en un sórdido
pañuelo de enredado sabor.
Mira los trabajos
del hombre encorvado
que dispone los órdenes
de las claras servilletas
y el cálido pan.
La madre no es mirada
por nadie
tampoco hay reflejos humanos
en las entreveradas fotografías
en los vidrios brillosos
en el metal opacado
en las porcelanas manchadas
de ocre vapor.
Y la boca pronuncia
un himno enceguecido:
“Oye hijo mío ¿por qué
hoy tanto te pareces
al esqueleto de tu padre?
Hueso a hueso
yo lo armé como a un traje
pero las uñas no son mis uñas
y mis pulmones
no se inflaman por él.
Y al costado de mi lengua
están las frases que ahora
tú tienes que escribir
en esos papeles cocinados
en el hervor de la mala soledad
y del olvido”.
La madre toca los metálicos minutos
del reloj anclado en su caja de cristal
aparta residuos de polillas
polvo de moscas laceradas.
Y entre los labios
el té y los bizcochos se oscurecen.
Dice: “Nada es más justo
que tanta ceniza desparramada
en los barullos de la memoria”.
El hombre ya lava
las débiles tazas pintadas
por la ácida tenacidad del té:
hay migas crecidas en su fondo
destinos abriéndose
tal vez figuras como el rostro
de una niña ahogada por el tifus
en 1910
o el padre saltando de un borroso caballo
que se hunde
entre agudas espumas de hierro.
Debajo de la madre se expande
una lluvia que corroe
sus zapatillas agrietadas:
humedad apegándose con movientes riachuelos
a las baldosas
a las tablas
a las alfombras terrestres.
El hombre ya dio
lustre y sequedad a las cariadas
jarras de Inglaterra
a los platillos desmigajados
y ya entregó su equilibrio también
a las cucharas desparejas
a los lastimados cuchillos
que vienen de otras guerras
cuyos muertos la madre no puede
ahora invitar a la mesa de roble verdadero.
Porque el amor se parece demasiado
a los trazos finales del hombre
que levanta sí
sus livianos cabellos
sus lentes de luz reconstruida
y junta más ojos
en sus ojos
ahí está la mujer
así la mira:
cada vez más igual
al escondido esqueleto de su padre.

 


La cantina en septiembre

 

Es el padre
que vuelve otra vez
por los largos meses
de este cerrado día de septiembre:
porque en su corazón
se ríen las estatuas
y en sus vísceras rotas
lo que tiembla es el fuego.
El padre llega a la cantina
en este martes o viernes
y a la hora más impar de la tarde:
nadie puede saludarlo
y él recoge
el vaso de opacados cristales
que otra boca
—tal vez la suya— ensució.
Hay un liviano sedimento
de salivosos aguardientes
y mezcladas figuras
en el fondo aún sin medida
del trago inicial.
Los zapatos del padre
están manchados de pétalos caducos
de tallos ensombrecidos
de ceniza liberada
por el último aire invernal.
Y vuelve también a hablar
de sus asuntos preferidos
—esos temas que forman
la trabajosa red del aliento cotidiano—
y nadie lo ve
ni le contesta
nadie oye sus relatos
de sables y lanzas y fusiles oxidándose
en las sosegadas colinas
de gritos luminosos soltándose
en los estadios repletos y triunfales.
Y también cuenta
de otros años distintos
con la casona de maderas y tejas desclavadas
el crecido naranjal
y los perros sucesivos
de ladridos y pelos desiguales
para un solo nombre:
“Ven acá Chaplín”
“Chaplín cuida a los niños”
“Mira un gitano mugroso Chaplín:
que no pase del portón
que nunca entre”
“Qué has comido Chaplín
qué ves cuando nos ves
mientras vidrio molido o veneno verde
despaciosamente desfibran
tus hocicos y tus panzas?”
Nadie escucha al padre
nadie sabrá de la enorme corvina
asada al carbón o a la leña
gustada y bebida
con claras uvas de Italia.
Y nadie percibe
el esplendente color de la sombra
del Graff Zeppelin
—aquel gordo cigarro
de aluminio encendido
sobre el mapa humoso del Sol—
y tampoco nadie se entera
de la mancha susurrante
y sin límite ni anchura
de aceitosas langostas azules y negras
—“Mordieron cada árbol
cada plaza cada hierba
y la ciudad fue salvada
por estas manos que levantaron
todos los incendios”.
El padre se aferra
al frágil licor de un vaso nuevo:
su propia voz
le castiga la boca.
Y bebe la sequedad del mar
en la orilla de vidrios
tan usados.
Y dispone la gorra agrisada
sobre el cráneo sin peine
y sin cepillo.
El padre se va:
nadie puede tampoco despedirlo.
Mientras la cara se le vuela
por los fríos oxígenos
de este clausurado
minuto de septiembre
un hombre que dice
estar siempre borracho
contempla vagamente las mesas desnudas
y los sitios neblinosos y vacíos. 

 


Basura

 

Basura es el nombre
de la piel que arrastro:
ven a mirar acércate
sí realmente
a todo esto que ahora sucede
a través de las calles
largamente ensombrecidas:

La gente pasa otra vez
vuelve a pasar
con los difíciles huesos
anudados a la espalda:
Mira esas manos
metidas entre fideos
y arroces descompuestos:

Y esos rostros
que mastican el propio diente
desfibrado y tenaz:
No hablo ahora
de los hombres pequeños
balbuceantes que apenas chupan
una teta de cuero confuso
un pezón de trapo alucinado:

Nada digo entonces
no menciono perros galopantes
ni caballos suspirando
de sed y desventura:

No me ocupo de pájaros
ni de gorriones oscuros:

Gaviotas chillantes y asesinas
no tienen aire abierto
en mis palabras:

Pero digo que los vientos del verano
llevan una espina de frío
inmóvil en su fuego:
esos vientos beben un olor
de trizados metales
de cuchillos coagulados
de cobijas sudadas y cagadas por la muerte:

Y vuelvo a decir no
a las canciones lejanas
al beso que fermenta
en las almohadas
al sueño alterado
en el sopor de los párpados:

Basura es el nombre
que pisan mis zapatos
y la lengua se encoge
en su saliva
permanece como un sórdido animal
de imposibles palabras:

No hay arenas aquí
derrotadas por el Sol
y su semen transparente:

No están los pinos las vides
los flamboyanes los abedules
los magueyes las higueras:

No está la verde sal
de los mares iluminantes
ni el sabor del ron
en las bocas que amamos:

Pero sí acércate entra
con todo tu rostro
en este espejo
descarnado por la luz:
impuro es el cristal
que se traga gestos en tensión
y ademanes desgajados:

Y las calles siguen fluyendo
ahora que la lluvia
declina y el calor abre
sus espinas despiadadas:

Salta del entrelabio
un vómito inesperado
se encrespa la fiebre
en la tormenta
de un corazón carcomido
por los coágulos
se adensan en el suelo
las babas declinantes
que la noche acumula:

Basura es el nombre
de las palabras que arrastro
de las lágrimas escuchadas
en un vientre
que la violencia del amor
inflama y destruye:

Nombres son
nada más que otros nombres
atados a esta lengua
nada más que designaciones
indicios rumorosos
rumbos oscuros
sobre una región blanca o amarilla:
Basura son también
fermentada en ritmos de avidez
bocas incesantes
labios tronchados
tubos temblorosos
gases quemados por todos los fuegos
del día de hoy:
tiempo aplastado
entre sábanas muertas:

Y tú mira
en este único momento
la mugre caída
como un fruto terminado
fuera de tus párpados
como una figura de polvo
flotando en el barro
de la calle que no acaba de pasar:

Ven a ver tu cara
metida entre las hojas
clavada en la hierba que se pudre:
tu sonrisa tan sin carne
que los jugos se hunden
en un pozo estrecho de acidez:

Ven a mirarte
caminando sola o solitario
por encima de un légamo
oloroso a moscas moribundas
a pieles de frutas masticadas
a hocicos de viejos perros
totalmente entristecidos
porque en ellos lo humano
se perdió en el rápido vértigo
de un ala reseca
de una semilla quebrándose
de un sucio ladrillo de silencio:

Porque nada completo existe
debajo de estas burbujas crepitantes:
qué luz enrojecida saltará
desde tantas vísceras en desorden
desde tantas raíces despedazadas
tantas banderas sin imagen
sin aire liberado sin ningún color:

Por eso aquí tampoco aparecen
los pájaros anunciantes del verano
los árboles del cielo verdecido:
para qué tocar
el nombre de las golondrinas
la dimensión de los tallos
las ramas los troncos insaciables:

Solamente palabras
solamente basurales suciedad
desechos sonidos restos
gritos barreduras aliento
ripios desperdicios barrizales
carroña sílabas:

Solamente palabras
aquí son nombradas
escritas con intención de sangre:

Ven a escarbar
en medio del humo destripado
de las cáscaras hambrientas
mientras se levanta el verano
en sus fuegos finales
y transcurren los esqueletos
de los carros
los carretones descalzos
las carretas agobiantes:

Y tú que has venido
a dar testimonio
ya no eres
lo que eres
porque tampoco serás
lo que serás:

Y todas las palabras no son
solamente estas palabras:
deben crecer tal vez extenderse
más allá del nombre
de la basura que nombran y arrastran
por la áspera ciudad
donde cruje el silencio.

 


Descripción de un sueño

 

Es el sueño de tocar
la realidad
como una tortilla con su chile
y sus trazos de salsa en la carne:
fue lo así soñado
con muertos ojos de otro
con ceguera de mundo conocido:
pies desnudados corriendo
sobre tanto vidrio
y no verse la cara propia
sólo cuerpo de pecho para abajo
hacia la basura sin hedor
de esta misma ciudad
que ya fuera de su sueño
el recuperado cuerpo habita.
Muchachos en cuero y en piel
duras imágenes creciendo
su muerte en los viaductos:
cáscaras de automóviles
perforadas por huesos
manchones herrumbrados
por los jugos de la intimidad
por el grito que a toda pérdida conduce
destrucciones de cada soñar
porque el párpado no llega
a la pura realidad
del sueño que tú agregas
a este sueño.
Pies enterrándose en vidrios desgarrados
la piel de los muchachos
reseca contra el pavimento
papel que saltará con noticias distintas.
Un niño en su caja
sentado entre trapos y mugres
la cabeza pretende dormir
salirse del sueño contemplado
sangre por el pelo la nuca
los brazos:
                 la madre soñada
coloca en su cráneo
el sacrificio de una rata
partida a metal.
(No estamos en ninguna
realidad de piedra.)
Mueve el niño su voz
que no se entiende
por estar agarrada
al sonido del sueño.
Desoñar la verdad del silencio
arrancar el animal
antes que muera
antes que la luz
del día inevitable
explote en los ojos
y nuevamente así
nos enceguezca.

 


Preguntas para tu piel

 

Es éste el tiempo
en que la sangre vuelve
a su estatuto de palabra interrumpida?
Es éste el olvido que recuerdas
para ser una oscura
desmemoria entre nosotros?
Qué brazos te empujan
o te atraen
con fuerza rechazada
que regresa?
Y la lluvia caerá
como un cadáver de piedra
en los mares
que crecen sin espuma?
Y este rostro que tanto resplandece
bajo tu piel aún desconocida:
es una sola señal
que borrarán las sábanas
es una astilla de vidrio
reposando sin luz
entre manteles?
De este mismo rostro se apartan
ya las bocas
los dientes y las lenguas repitiéndose
para que tu piel presente
—de olor de aire
de ropa ahora envejecida—
se pregunte que yo también soy piel
y muchas otras cosas
que ruedan carne abajo. 

 


Sicut umbra

 

Está mi padre siquiera como sombra
están sus huesos
atados por tendones resecos
sostenidos por carnes que ya no le pesan
flotando naufragando en sangre evaporada.
Está el padre de mi padre
—de quien no puedo ser memoria—
separado de éste ahora tan lejanamente
cabalgando por campos de niebla gris o verde.
¿De dónde llegaron
de qué nave de qué viento descendieron
quién los preparó para ese viaje?
¿De qué país ausente de los mapas
de qué ciudad innombrada
de qué casa
adivinada entre musgos y piedras y rebaños
de cuáles vientres de qué lágrimas?
¿Del vientre de María Generosa
inclinándose a lo oscuro de la tierra?
¿Del vientre de Luz o Juana o Rosalía
cuando todo era silencio
o susurro de amor ante el dios
del alma y de la carne?
¿Del vientre protegido
por tersa tela negra
por enaguas y sábanas y flores
que mano tras mano fueron tejidas
cortadas cosidas bordadas
para el tiempo en que nuestros ojos
empezaron a nacer?
¿De dónde llegaron:
de la única lágrima que recuerdo
en el llanto de mi padre por sus
hermanos muertos
de esa lágrima única enterrada
con el rostro de mi padre
de esa lágrima única expulsada
para sentirme vivo
para engendrar un hijo
para inventar canciones
para negarme a morir?

¿De qué viaje llegaron
para este viaje innumerable
desde qué soledad
transitaron bocas tan lejanas
y bebieron licores perfectos
que nadie entre nosotros puede ya gustar?
¿Con qué mirada se miraron eternos
en espejos y relojes destruidos
con qué gemidos entraron en el mundo
con qué indicio sonoro asentaron su dominio
con qué abandono dejaron de existir?
¿De qué viaje llegaron
a qué país han vuelto?

No es ésta la tierra donde hoy los encuentro
ni es ésta la patria donde eligieron morir.
Sus huesos no sembraron de flores las colinas
sus años fueron un tiempo que fue sólo una vez
sus sudores perdidos sus grandes esperanzas
los severos documentos que avalaron su fe.
Están sus nombres en la piedra gastada
hay fechas indescifrables como una nostalgia
que alguien quizás alcance a recordar.
Mas yo puedo únicamente
apartar los viejos días:
no entienden las señales que por ellos grité.
No me voy de sus voces
no arrojo sal ni ceniza en mi heredad:
yo puedo únicamente ingresar
a un nuevo día
y abrir con los ojos de mi tiempo
los vientos oscuros del mar.

 


Los pájaros

 

Ladran los pájaros
en el aire clausurado.
Llegan los pájaros
con sus plumas de gorrión
o de gaviota.
Solamente pájaros
arrastrando su vuelo
detrás de gritos y chillidos
que brotan del desorden.
La mañana es una piel luminosa
con agrios perfumes
de basurales abiertos.
Y este Sol de ahora
es todavía el mismo color
del Sol que tocamos ayer:
rojo como lengua de pájaro
ocre como corazón de pájaro
amarillo como hígado de pájaro
blanco como silencio de pájaro
transparente como muerte
de pájaro que muere
en medio de su canto calcinado.
Ladran los pájaros
al entrar
en la quietud del viento.
Cada punto del cielo
se cierra como una boca amarga.
Y este dolor de brazos
de sopesadas vestimentas
de invencibles zapatos
de ojos irrenunciables
de jugos cotidianos
permanece en nosotros largamente:
somos más que una rápida sombra
más que el calor
de nuestros pies sobre la calle:
pájaros tal vez
de lo terrestre profundo
pájaros que viajan
levantando en el pico
un pedazo de hombre ensangrentado.