Material de Lectura

Ida Vitale



Nota introductoria
de Víctor Sosa

Selección
de la autora



VERSIÓN PDF

 


 

Nota introductoria

La obra poética de Ida Vitale (Uruguay, 1923) se presenta como un cuerpo coherente en la actual poesía latinoamericana gracias a una doble actitud crítica que pone bajo la lente de la sospecha al lenguaje y al mundo. La conciencia de pérdida de mundo, de irreparable escisión entre Naturaleza y Hombre —presente siempre en la obra de Vitale— se vincula con la parte más romántica, la cual —ante la algarabía generalizada de una civilización ebria de progreso— dará testimonio de esa falla —en el sentido geológico y en el sentido de equívoco—, de ese corrimiento de los bordes que imbricaban lenguaje y mundo. A partir de ahí la poesía moderna se desnaturaliza, se vacía de mundo y deviene carencia o cardo en el desierto de la significación. Si entonces, a partir de ahí, el mundo está en otra parte, es comprensible que la poesía quiera compensar la carencia objetualizándose, estrenando cuerpo propio en el lugar que ocupara el árbol, el pájaro, la roca. Será la vanguardia quien asumirá esta actitud y la llevará hasta los límites últimos de la experimentación. En Ida Vitale confluyen las dos vertientes: preocupación por el cuerpo que conforma el poema y preocupación por el cuerpo del mundo constantemente travestido:

 

A veces su luz cambia,
es el infierno;
a veces, rara vez,
el paraíso.

 

Este equilibrio —sinónimo de lucidez— convoca un ritmo, un límpido sentido musical en la escritura de la uruguaya que asombra por su precisión interna y por su gravedad conceptual. Pero este lúdico equilibrio —porque de un juego se trata— tiene lugar en un tiempo que es transcurso hacia la muerte, es decir, fugacidad irrepetible y —paradójicamente— único terreno donde puede habitar el cuerpo del poema. Vitale lo sabe y por eso juega; juega con una extremada delicadeza y con “suficiente asombro” para que la materia verbal —materia prima de su alquimia— no pierda sus principales atributos:

 

Expectantes palabras,
fabulosas en sí,
promesas de sentidos posibles,
airosas,
aéreas,
airadas,
ariadnas.

Un breve error
las vuelve ornamentales.
Su indescriptible exactitud
nos borra.

 

De esa exactitud —que también es sacrificio para que algo vuelva a renacer— se nutre la escritura poética de Ida Vitale. Escritura que en su alta nitidez deslumbra pero que, sin embargo, aún puede decir: “Tanta claridad es misterio”. Misteriosa claridad de una actitud insobornable que ilumina el espacio poético latinoamericano.

 

Víctor Sosa

Estar solo

 

Un desventurado estar solo,
un venturoso al borde de uno mismo.
¿Qué menos? ¿Qué más sufres?
¿Qué rosa pides, sólo olor y rosa,
sólo tacto sutil, color y rosa,
sin ardua espina?

 

(1953)


Este mundo

 

Sólo acepto este mundo iluminado
cierto, inconstante, mío.
Sólo exalto su eterno laberinto
y su segura luz, aunque se esconda.
Despierta o entre sueños,
su grave tierra piso
y es su paciencia en mí
la que florece.
Tiene un círculo sordo,
limbo acaso,
donde a ciegas aguardo
la lluvia, el fuego
desencadenados.
A veces su luz cambia,
es el infierno;
a veces, rara vez,
el paraíso.
Alguien podrá quizás
entreabrir puertas,
ver más allá
promesas, sucesiones.
Yo sólo en él habito,
de él espero,
y hay suficiente asombro.
En él estoy,
me quede,
renaciera.


Obligaciones diarias

 

Acuérdate del pan,
no olvides aquella cera oscura
que hay que tender en las maderas,
ni la canela guarneciente,
ni otras especias necesarias.
Corre, corrige, vela,
verifica cada rito doméstico.
Atenida a la sal, a la miel,
a la harina, al vino inútil,
pisa sin más la inclinación ociosa,
la ardiente grita de tu cuerpo.
Pasa, por esta misma aguja enhebradora,
tarde tras tarde,
entre una tela y otra,
el agridulce sueño,
las porciones de cielo destrozado.
Y que siempre entre manos un ovillo
interminablemente se devane
como en las vueltas de otro laberinto.

Pero no pienses,
no procures,
teje.

De poco vale hacer memoria,
buscar favor entre los mitos.
Ariadna eres sin rescate
y sin constelación que te corone.

 


La palabra

 

Expectantes palabras,
fabulosas en sí,
promesas de sentidos posibles,
airosas,
aéreas,
airadas,
ariadnas.

Un breve error
las vuelve ornamentales.
Su indescriptible exactitud
nos borra.

 


Cuadro

 

Construimos el orden de la mesa,
el follaje de la ilusión,
un festín de luces y sombras,
la apariencia del viaje en la inmovilidad.
Tensamos un blanco campo
para que en él esplendan
las reverberaciones del pensamiento
en torno del icono naciente.
Luego soltamos nuestros perros,
azuzamos la cacería,
la imagen serenísima, virtual,
cae desgarrada.

 


Reunión

 

Érase un bosque de palabras,
una emboscada lluvia de palabras,
una vociferante o tácita
convención de palabras,
un musgo delicioso susurrante,
un estrépito tenue, un oral arcoíris
de posibles oh leves leves disidencias leves,
érase el pro y el contra,
el sí y el no,
multiplicados árboles
con voz en cada una de sus hojas.

Ya nunca más, diríase,
el silencio.

 


conclusión y relámpago

 

Virrey caracoleante, Mayo duro
dice conclusión y relámpago
y cierra las puertas últimas
del verano.
En tardes lejanísimas
del anterior otoño
tendrá el cielo textual, usual,
sin dianas,
puesta dorada y triste
la sábana del tiempo.
Destraillado, el perro de la vida
busca circularmente
y harta desolación hay
en su olfato.

 


Renacentista

 

Aún sigue siendo así: icáricos,
caedizos y respectivo mar uno del otro.
Desde las barcas y las plantaciones
trasmiten partes de rescoldo último,
doblan señales de pasión y muerte
los exentos, y fervorosamente
huyen del aire altivo de la quema.
Los que allá siguen gravitando aducen
sus propias leyes, su sagrado fuego,
tocan intactos su certeza y ríen.

 


Amanecer solo

 

La rosa noroeste se repliega,
la rosa sur se exime.
Todo ser, todo ardor
abren sus biombos nítidos.
Gritos da el aire sin respuesta
cuando la soledad
azuza perros carniceros
y una mano en el chirriante límite
aproxima los restos.

 


Para bajar a tierra

 

Se calza uno las botas de la lluvia,
los ojos de la lluvia
y el pesimismo del posible granizo,
acepta la encandilada taza de la mañana,
barrunta el barro,
el frío contra la piel caliza,
urde planes contrarios,
apostrofa y desmanda,
supone el ronroneo del poema
cobijado en la cama, como un gato.
Pero transige poco a poco,
baja, y entra al campo del radar de la muerte,
como todos los días,
natural, tautológicamente.

 


Recreativa

 

Suponiendo que estamos en el fondo
de un pozo imaginario;
que ese pozo tiene altura,
brocal, más allá cielo
para alguien que lo alcance;
y dando por sentado
que tiene un contenido
en esperanzas yertas,
averígüese el tiempo
que habrá de transcurrir
para que quien está
en lo más hondo de él
llegue hasta arriba.
Formúlese la respuesta
en sueños viables,
fines laberintos,
ilusiones volátiles.
Calcúlese también
la energía perdida
cada vez que se vuelve
a tocar fondo.

 


Trastienda

 

Cielos veloces de Montevideo,
estratos de oro y de laurel,
halados por la más alta red,
tibios lilas lentísimos
cocientes de su luz multiplicada,
pasan y nos envuelven
y nos entretenemos con su gracia,
como una mano juega
entre arenas que guardan
la eternidad en la que no pensamos.
Entretanto, el pegaso peligro
relincha ferozmente.

 


calco por transparencia

 

La tarde nítida,
llena de tientos firmes
—trompeta, telegrama, jirones de Girondo—
reserva entre sus drupas la tristeza.
El otoño presagia traslados,
traslada los presagios,
gasta sus espléndidos velos
en rituales oscuros.
Todo ortigas,
se obstinan cenizas jeroglíficas.
Sólo el amor detiene
las paredes veloces,
suspende
el derrumbe.
Por transparencia
se ve el fuego
devorar
las más altas cortezas
en los jardines escalados.
Sobrevive un gorjeo,
brújula tersa.

 

 


Venturas naturales

 

Contra las presunciones, sol insiste,
fuera, no dentro,
incandescente informe no rector.

Otros días su luz es una endecha,
una plática suave.
Casi como si fuésemos
musgos o hierbas de semilla o árboles frutales
el día segundo de la creación.
Como si fuese simulacro el fin del paraíso.

 


Verano

 

Todo es azul,
lo que no es verde
y arde,
I.N.R.I.
igne natura renovatur integra
en este aceite grave del verano;
cae el que pesa el vuelo de los pájaros
y blasfema del pájaro sin vuelo,
cae la excrecencia verbal =
la agorería = el trofeo,
la joya sobre la vieja piel de siempre.

Quien se sienta a la orilla de las cosas
resplandece de cosas sin orillas.

 


Respuesta del derviche

 

Quizás
la sabiduría consista
en alejarse si algo vibra
a nuestro movimiento
(porque la horrible araña
cae sobre la víctima)
para ver,
refleja como una estrella,
la realidad distante.

De ese modo
la situación florece a nuestros ojos
—o pierde
uno a uno
sus pétalos—
como una especie vista
por primera vez.
Y juzgaremos triste,
vano zurcido
que nada repara,
el dibujo trivial de nuestro gesto,
improbable amuleto
contra la emigración de las certezas.

 


Perspectiva

 

En primer plano pliegues,
joyas, rostros,
flordelisados jinetes
usurpan con noticias humanas
el velo de la nube en el cielo,
el lejano ciprés, las colinas,
los ríos como cintas al final de la fiesta.

Hacia la perspectiva,
la superficie se vuelve transparente,
diseño esmaltado que deleita el ojo,
tabla de tentaciones
por donde la mirada corre a más,
a la invisible fuente
de lo visto.

Un hombre busca puertas hacia
eludir la contingencia
que de este lado de la tela acecha,
empeñado en ganarse un lugar
que no preferirá el onagro
ni habitarán terrores;
llama detrás de ese infinito,
intenta,
deslizando esperanzadas lentes,
descubrir y acercar
lo que se esconde,
lo que debiera estar sosteniendo el milagro.
Y sólo encuentra
el límite otra vez
y la pregunta.

 


En Quevedo

 

Un día
se sube del polo al ecuador
se baja
de los plumones de paraíso
a la artesa de sangre donde cae
la cuenta más certera

por quedarse excavando en Quevedo
querube de odios nítidos
luciferinos bríos
cómodo en las cuatro postrimerías del hombre
muerte juicio infierno gloria.

 


Homenaje a Magritte

 

Desde el cielo un jinete
galopa hacia los bosques,
una amazona
cruza florestas
que la cruzan.
La llave de los sueños
es la llave de los campos es
el recuerdo de todo viaje es
los territorios metafísicos.

Desde el pecíolo de una hoja salen
seriadas estratagemas para sortear espantos,
símiles fieles,
aproximaciones del candor
y del mojado,
laborioso miedo,

como un león que vuela entre laureles y trompetas,
un peñasco levanta en vuelo su castillo,
una manzana invade el cuarto de lectura;
lo que en nuestra memoria tantaliza
cubre los cielos de tormenta,
derrumba barricadas misteriosas
con una luz toda discernimiento.

Los ojos fértiles
crean procesionales días,
atardeceres que filtran
en el mundo visible
pabellones
de espacio desfasado.

Nubes Magritte serán veloces para siempre.

 


Tramos

 

A cada paso,
lenta como marea,
la inconstante escalera
derrumba sus peldaños,
lo que ascendía,
desciende
y así vamos,
maniquíes de Escher,
arriba,
fondo

 


La cacería, ¿infinita?

 

Islas:
tanta claridad es misterio.
Túneles las traspasan,
dédalos dinamitados
para renacer de sí mismos,
laberintos con toro y sueños
y teseo voraz del mito
y ariadna que un día inicia
la para siempre
eterna
lectura de la verdad
que,
fabulada,
circular en las aguas escapa,
fija a la orilla de un comienzo,
de un cerrado infinito cerrado.

 


Paisaje de la estrella

 

Si ese pasado
volando desde distintos puntos de partida
llegase a serenísimo vals
si pudieran
acordarse la fascinación del fragmento
el golpe de la montaña mágica
las fulminantes azoteas
en el triunfo de las tribulaciones
la gota de laúd
y luego
noches descubrimientos fines
todo el torrente de las desposadas metamorfosis
cuando juntos recogiéramos el azoro
que numera los años
uncidas las felices ocasiones
acaso el miedo
el duelo
hasta un eterno crepúsculo
flores finales.

 


Pena capital

 

Dudamos por el cielo,
y asomados a su ceniciento diafragma
vemos bajar su polvorienta,
patética corona
sobre la miseria del hombre,
su harapo placentario, por igual,
sobre el pobre,
infinito,
y sus pocos señores.

Y es lo único justo.

 


Alameda

 

Contra las invisibles estrellas
—su memoria como
una fresca vía de la noche—,
contra su luz aniquilada,
la falsa, brillante
red de lumbres
prendida de los muros altísimos.
Cabría equivocarse como en sueños.
De pronto,
saliendo del esplendor oscuro del jardín,
casi a tus pies,
corrió la rata fría,
real,
más nítida que el hoy,
duramente borroso.

 


Jardín de sílice

 

Si tanto falta es que nada tuvimos.
Gabriela Mistral

 

Ahora
hay que pagar la consumición del tiempo,
sin demora,
gastado el arrebato
en andar por un jardín de sílice.
Aramos otra vez el mismo surco
para fertilidad de la desdicha,
y la letra,
el silencio
van entrando con sangre.

Años vendrán para pacer palabras
como pastos oscuros,
echar a arder pequeñas salamandras,
todos los exorcismos,
apenas memoriales donde hubo un aire libre,
ya no lugar común,
que nadie
en el miedo de las encrucijadas
sueña o lee.

Vagos vagones cruzan
hacia
un pasado que pulveriza las raíces,
que alisa el luto y nos despide.

 


Zoon politikon

 

Il nʼy a de paix quʼau-dessus des
serpents de la terre.

Max Jacob

 

Quisieras escribir al margen de combustiones
y escalofríos,
malezas que ametrallan
y testimonios del fracaso de toda magia,
remediando azogues roídos para que
del otro lado del espejo se llegue
a los jardines sin tormenta ni astucia,
donde el té circular y los amigos íntimos
lejanos.
Quisieras convertir los pantanos en manantiales de limpio
berro,
izar la historia,
red reptante donde tropiezas
y te cubres de presagios amoratados.
Pero sigues por arenales de sofocación hasta ningún fin,
a vararte en el horror prometido.
La espalda, triste signo,
acata tablas dictadas entre
truenos y violencia.

Quisieras estar naciendo en edad de razón.

 


Estilo

 

Pasa el vértigo de ajenas
corporaciones emplumadas
para fiestas o iras de la selva.
Pasa el dialecto.
En tanto, el hilván hondo
de la lengua lee

en jazmín diminuto o en arena,
deja el hervor tentante
e imagina las simples,
que relucen,
espumas de la última ola.

Y se encaja otra vez
en el cóndilo,
en lo exacto
de la fatalidad.

 


Residua

 

Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.

De los antiguos viajes quedan
las enigmáticas monedas
que pretenden valores falsos.

De la memoria sólo sube
un vago polvo y un perfume.
¿Acaso sea la poesía?

 


Mariposas

 

Altas,
en el poco cielo de la calle,
juegan dos mariposas amarillas,
crean sobre el seriado semáforo
un imprevisto espacio,
luz libre hacia lo alto,
luz que nadie ha mirado,
a nada obliga.
Proponen la distracción terrestre,
llaman hacia un paraje
—¿paralogismo o paraíso?— donde
sin duda volveríamos
a merecer un cielo,
mariposas.

 


Montevideo-Nota bene

 

Siempre hubo quien
y siempre faltó cuando
mientras enseres, aleluyas, aulas
olvidan la lección,
el latigazo de las postrimerías.
Se postulan precarias precauciones
para la nula lite.

¿Qué porvenir, posdata enrarecida,
rastra rasgueada, mísera rapsodia?
Mejor será que el coro,
el decir retazado,
el mudo grito contra la gangrena,
principiar donde otros concluyen,
concluir donde otros principian.

¿Quién tiende mesas para la gracia
de inútiles migajas?
Hay sueños corredizos para pocos.
Usa la espada de cortar
lazos, proposiciones.
Principia donde otros concluyen,
concluye donde otros principian.

 


Historia

 

Subíamos corriendo la larga escalera.
Apenas si mirábamos posibles
detalles laterales,
sorpresas de una ventana
abierta al mundo tras los vidrios,
reflejos, sedimentos
del que subiera antes.
Velozmente cruzamos
la inútil pausa del rellano,
abandonadas rosas menos que naturales,
los ramalazos del siempre
ciego cielo
a su modo indeleble.
Subíamos, subíamos
por lo idéntico
sólo que hacia cada vez menos luz,
hacia pozo más hondo.

 


No llores vanamente tu fortuna

 

No llores vanamente tu fortuna*
Las escaleras turbias
suben a la esperanza del amor,
descienden a raudales de soledad,
miseria, a esa sombra
en la que viejo, te gustará sentarte,
graduándola:
entreabrir un postigo,
apagar o encender una vela,
otra vela,
para alumbrar la seda de una frente,
el cigarrillo consumido a medias,
epílogos, epílogos.
No entiendes
esas grandes cosas inmóviles, egipcias,
y prefieres vivir sobre un burdel,
cerca la iglesia, el hospital.
También tu voz bajó por escaleras,
llegó a la sombra, al cáncer,
durante el largo viaje tuyo a Ítaca,
a nosotros, al milagro sencillo:
eres
el derrotado, el triste, el solo
—no importa de qué tribu—
que trueca el duelo en canto.

* Constantino Cavafis.

 


Un fragor y la muerte

 

Alrededor de la palabra se ha reunido la nieve*
y todo heladamente nada canta
y el oscuro silencio es
un fragor y la muerte
inerte tela la palabra lívida
mortaja la blanca palabra cadáveres.


Septiembre 19 de 1985

 
* Paul Celan.