Material de Lectura

 

 

De Umbral y memoria (1991)



Monumento I
Jardín
Jan Vermeer de Delft
Estación de la niebla
Los dioses abandonan a san Miguel y el ángel muere
Vltava

 


Monumento I


Para eso nos dieron brazos
         para agitarlos en señal de adiós
Para eso nos dieron voz
         para la oración y el canto
Para eso nos dieron tacto
         para tocar esos rostros
         sin memoria ni eternidad
Para eso nos dieron palabras
         para escribir testimonios
         que repetirá la marea de los hombres
         cuando hayamos partido

 


Jardín

 

Había árboles más antiguos que mis padres
         nunca supe si eran fresnos
             esas llamas vegetales en el valle
Aún guardo en la memoria el canto de sus frondas

Si recuerdo a los sobrevivientes:
         un laurel y un pino
Entonces ignoraba que el jardín de la infancia
         se puebla de epitafios
Yo era espectador de corrientes filiales en combate
         extraños ritos
       de negación y encuentros

Te coloco en el centro de ese jardín
Yo que vi muchos jardines en ruinas
         en la ciudad de tu infancia
         esa ciudad cubierta por la gasa perpetua
         de la niebla

Eché de menos la lluvia

Los árboles me daban su silencio
         el mar me llamaba a grandes voces
Yo era un náufrago en mitad de la noche

Tú no me tendiste la mano solar
         del amor

Y mi único deseo en la ciudad del quebranto
         era la purificación que otorga el olvido

 


Jan Vermeer de Delft

 

Pintó la luz:
                  un cuerpo sin morada.
Con el pincel deletreaba ese prodigio.
Esa luz en su volumen y transparencia.
Observemos cómo vibra,
Cómo se mueve entre la sombra,
Esa sombra de luz
En la transparencia.
La mirada de un rostro
Que se prolonga en la memoria.
Y el deseo que por la luz perdura.
Huellas de la sombra en el lienzo
La búsqueda de Vermeer:
color, color en forma absoluta.
La luz también tenía densidad y peso:
Su presencia
En combate y diálogo con las sombras.
La magia de Vermeer colonizando las formas.

“Vista de Delft”: serenidad de los volúmenes:
Nubes en la inmovilidad de ese día
Y el empañado espejo del río.

 


Estación de la niebla

 

La niebla desciende sobre el puerto
Con pasos de silencio
Avanza sobre casas y rostros espectrales
Cruza jardines en ruinas
Ventanas ciegas
Puertas condenadas
La noche duerme sobre nuestros pechos
Inventario de horrores en patios
donde anida la tristeza
La garganta ensangrentada reza:
Señor apiádate del mar
Y sus verdugos
Señor apiádate de quienes
Manchan el pan y la sal
Y celebran eucaristía de desaliento
Señor apiádate de las muchachas
Vestidas de dolor y desnudas de odio
Apiádate de quienes guardan un gusto de ceniza
en los labios después del beso del amor
Señor apiádate de las mujeres que amé
Y que nunca me amaron
Y si en tu infinita misericordia
Aún queda sitio para quien te invoca
Apiádate de mí

 


Los dioses abandonan a san Miguel
y el ángel muere

 

a Kenneth Koch

ángel del silencio y el olvido
Miguel de Unamuno

 

De súbito en el silencio de la oscuridad
Una música de címbalos irrumpió estridente
Miré la procesión desde el noveno piso
Avanzaban por Amsterdam Avenue
Hombres sin rostro que enarbolaban
Los pendones de la muerte
Todos en Amsterdam Avenue
Se hallaban en la caverna del sueño
Sólo yo contemplaba el paso de los heraldos ciegos
Por qué nos abandonaba así la vida
Y únicamente el viento escuchó mi queja
Todos hundidos en la caverna del sueño
Sólo yo fui testigo de la procesión
Doblaban las campanas a muerto
Y de trecho en trecho
Los saltimbanquis hacían piruetas
Y ejecutaban la burla de la vida
Marchaban por Amsterdam Avenue en la oscuridad enorme
Y la iglesia de San Juan el Divino allá abajo
Era apenas un consuelo con sus agujas truncas
Ante la procesión de la muerte

Una piedra gris en triste remedo de la grandeza gótica
Por qué cantan los santos
Por qué callan los ángeles

No ascendían la colina
Feligreses llevando en sus espaldas
Las piedras del sufrimiento y la fe
Ante santos que aún esperan ser grabados en piedra
Y los follajes del otoño con su rumor
Hacían eco a la música de címbalos
A grandes voces los hombres sin rostro nos llamaban
Y de repente un ángel
A punto de decir algo
Tendió la mano
La punta de su dedo tocó la superficie de la noche
Y bajo sus pies se abrió un vacío

 




Vltava

 

En esa orilla se agita el río.
El cielo es gris
Pero el trazo de las fachadas anima la escena.
Una trabe ahí, un arco allá, la torre y la lanza con remate
    de oro:
Son levadura del recuerdo.
Has visto la hora en la torre del reloj,
La campana que tañe el esqueleto:
Huesos que pule el tiempo.
Y el combate de los signos del zodiaco.
La torre abre los párpados,
Los apóstoles nos saludan y vuelven a sus sombras,
En sesenta minutos cumplirán su eterno retorno
Hasta que la noche sea toda la noche
Y las sombras resuciten puntuales
Y la oscuridad nos haga hermanos de nuestros temores.
Es como si la danza de la vida recibiera el elogio de la
    muerte.
Tañe la campana el heraldo de la muerte
La torre cierra los párpados,
La muchedumbre es lo mortal y se asimila a la oscuridad
    de las calles.

Crecen tilos que velan el sueño del río.
Las jóvenes parejas olvidan el tiempo en prolongados besos.
El río arrastra el polvo de las promesas rotas

Una corriente de luz es gemela del río.
Los cisnes buscan refugio,
Son embarcaciones flotando a la deriva.
Riveras de piedra,
Ensoñación del arquitecto,
Virtud del alarife.
El tiempo madura lo que un día fue fantasía.
Ángeles y arcángeles, santos y mártires,
Cariátides que llevan en vilo tanto artificio.
No prevalecerá el olvido:
La poesía de las piedras será
Su sangre, su savia eterna.