Material de Lectura

W.H. Auden



Selección,
traducción y nota
introductoria
de Guillermo
Sheridan



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Nota introductoria


“Saludamos en Auden al primer poeta inglés que, en varios años, es poeta por donde se le mire. Hay ángulos desde los cuales el señor Eliot parece un fantasma y el señor Yeats un fugaz destello... pero Auden vive un nuevo día. Es lo suficientemente sólido para vivirlo: tradicional, revolucionario, enérgico, inquisitivo, crítico e inteligente...” En estas palabras de Geoffrey Griegson, pronunciadas en una presentación común, tenemos ya la ubicación de Wystan Hugh Auden (1907-1973) dentro de la poesía moderna en lengua inglesa: en efecto, W. H. Auden es uno de los poetas más importantes de la generación posterior a la de los grandes maestros, es decir, uno de sus principales antagonistas. Él mismo, en una declaración del mismo año, 1938, muy representativa de la postura socialista del grupo de Oxford —que, entre otros, reunió a Stephen Spender y a Christopher Isherwood—, decía (obviamente refiriéndose a Ezra Pound): “Ha habido escritores experimentales con quienes estamos en deuda, pero a cuyas profundas deficiencias nada debemos: viven en pueblecitos italianos y en sacristías rodeados de alcanfor y de charolas para los diezmos. El único retiro justificado es aquel en el que las cosas y los hombres se hacen más visibles: la soledad en el centro de las cosas y no en sus orillas. A menos de que un poeta pueda estar una vez siquiera en ese sitio, no tiene derecho a existir ni a pretender ser tolerado ni escuchado jamás por un hombre justo”.

El obligado reclamo a la generación pasada y el rechazo a su individualismo diletante, por supuesto se debía a su deseo de tener un papel más robusto y estimulante en la crítica situación cultural de los años treinta, para lo que Auden buscó una poesía que no se limitara a registrar la respuesta del individuo a los problemas de la vida, sino que tomara ante ellos una actitud responsable y afirmativa.

El aparente y momentáneo rechazo a las innovaciones formales de Eliot y los imagistas y el ejercicio de formas tradicionales que, sin mayor esfuerzo, es advertible en los originales en inglés de la poesía de Auden, por otra parte, es comprensible si se considera que, más que la poética o artística, era la revolución social la que buscaban. Leamos, así, este párrafo del 36 sobre el desmoronamiento de la clase burguesa en Witnesses:

                                                    van a caerse
     los hemos estado observando sobre la barda del jardín
     
                                                 desde hace horas,
     el cielo se oscurece como con tintura,
     algo está a punto de caer como lluvia
     
                                               y no serán flores...

Esta actitud, cercana al humanismo marxista, fresco y contundente, de los treinta, junto al vitalismo anhelante, urgido, de la entreguerra (“Si deveras queremos vivir, más vale que empecemos a tratar; sino no importa, pero entonces empecemos a morir”) marca el primero de los varios (fecundos) periodos subsecuentes de la poesía de Auden, de los que, sin embargo, el problema humano jamás estará ausente.

He tratado de significar algunos momentos de la copiosa producción poética de Auden en este repaso (que se confiesa nacido a pesar de —o gracias a— aquella declaración de Hannah Arendt sobre la poesía de Auden: “La total intraducibilidad de uno de los poemas de Auden es lo que me convenció, hace años, de su grandeza”. Auden mismo era muy escéptico en cuestión de traducciones) que incluye la angustia y el humor, el ingenio cínico y la sabiduría, la vulgaridad y la reflexión, siempre catalizados por una inteligencia alerta y generosa. Leamos en sus accidentes la transición de la inicial violencia a la posterior melancolía (que para algunos puede ser un viraje del centro de la vida a sus bordes), además de la poesía, que siempre está ahí, el paso del tiempo y, sobre todo, la humildad —pocos poetas tan humildes, en todos los sentidos, como Auden— con que se aceptan sus condiciones: la conversión al cristianismo de los últimos años, por ejemplo —“la poesía es revelación celestial”— que, más que arrepentimiento es, en su caso, complemento de sus intenciones, sobre todas, aquella que le es propia cuando habla de Voltaire en Ferney:

     como un centinela, no pudo dormir: la noche estaba saturada
         de maldad,
     terremotos y ejecuciones. Pronto estaría muerto,
     y, aún así, sobre Europa estarían las terribles niñeras
     deseosas de cocinar a los niños: sólo sus versos,
     quizá, podrían detenerlas; tenía que seguir escribiendo.
     Arriba, las resignadas estrellas componían sus lúcidas
     canciones.

 

Guillermo Sheridan

 

* He tomado el poema “Acción de gracias”, traducido por Carlos Monsiváis, de La cultura en México, suplemento de Siempre!, número 679.

 


 

Septiembre 1, 1939


Me siento en un lupanar
de la calle cincuenta y dos,
incierto y asustado
mientras mueren las grandes esperanzas
de una década baja y deshonesta:
olas de rencor y de miedo
corren sobre las iluminadas
y oscurecidas tierras del planeta
oprimiendo nuestras vidas privadas;
el inmencionable olor de la muerte
ofende a la noche de septiembre.

La escolaridad debida puede
desenterrar toda la grosería que,
desde Lutero hasta ahora,
ha enloquecido esta cultura,
averigua lo ocurrido en Linz,
qué gran imagen hizo
un dios sicópata:
yo y el público sabemos
lo que aprenden los escolares:
aquellos a quienes se les hace mal
hacen mal a cambio.

Tucídides en el exilio sabía
todo lo que un discurso puede decir
acerca de la democracia,
y lo que hacen los dictadores,
la añeja porquería que dicen
a las tumbas apáticas;
todo lo analizó en su libro,
la ilustración ignorada,
el dolor que forma hábito,
pena y mala administración:
todo hemos de sufrirlo nuevamente.

Hacia este aire neutral
donde usan los ciegos rascacielos
toda su altura para proclamar
la fuerza del Hombre Colectivo,
derrama cada lengua su vana
competencia de disculpas;
pero quién puede vivir tanto tiempo
en un sueño eufórico;
se asoman fuera del espejo
la cara del Imperialismo
y el error internacional.

Los rostros en la barra
se aferran a lo cotidiano:
nunca deben apagarse las luces,
la música debe siempre oírse,
conspiran todas las convenciones
para que este fuerte asuma
los modos del hogar;
a menos de que veamos lo que somos:
perdidos en un bosque hechizado,
niños temerosos de la noche
que jamás han sido buenos ni felices.

La más ventosa basura militante
que gritan las Personas Importantes
no es tan vulgar como nuestro deseo:
lo que el loco de Nijinsky escribió
sobre Diaghilev
es cierto del corazón común;
pues el error creado en el hueso
de cada mujer y de cada hombre
ansía lo que no puede tener,
no el amor universal
sino ser en soledad amado.

De la oscuridad conservadora
hasta la vida ética
los trenes atestados vienen
repitiendo su voto matinal:
“Seré fiel a mi mujer,
me concentraré más en mi trabajo”,
se despiertan los desvalidos gobernantes
y reasumen su juego compulsivo:
¿quién puede liberarlos ahora?
¿quién puede alcanzar al sordo?
¿quién puede hablar por el mudo?

Lo único que tengo es una voz
para deshacer la mentira y sus dobleces,
la mentira romántica en los sesos
del sensual hombre-de-la-calle
y la mentira de la autoridad
cuyos edificios tentalean el cielo:
no hay tal cosa como el Estado
y nadie existe solo;
el hambre no deja escoger
ni al ciudadano ni al policía;
debemos amarnos unos a otros o morir.

Indefenso en la noche
nuestro mundo yace en estupor
y con todo, punteado en todas partes,
irónicos puntos de luz
relampaguean donde sea que los Justos
intercambian mensajes;

pueda yo, compuesto como ellos
de Eros y de  polvo,
sitiado por la misma
negación y desesperanza,
mostrar una flama afirmativa.

 


 

Musée des beaux arts


Nunca se equivocaron sobre el sufrimiento
los Viejos Maestros; qué bien entendieron
su lugar en lo humano; cómo sucede
mientras otros por ahí abren una ventana, comen o en algún
    lado caminan sin fijarse;
cómo, mientras los ancianos apasionadamente
esperan el milagroso alumbramiento, debe siempre haber
    niños
patinando en un estanque a la orilla del bosque
que no tienen especial interés en que suceda;
nunca olvidaron
que incluso el temible martirio debe seguir su curso
a como dé lugar en una esquina, en algún lugar sucio
donde llevan los perros su vida de perros
y el caballo del verdugo
se rasca el trasero inocente contra un árbol.

En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo: cómo se aleja todo,
placenteramente, del desastre; el labrador
pudo haber oído el chapoteo, el desamparado grito,
pero para él no se trataba de un fracaso importante:
el sol brillaba como debía en las blancas piernas
que desaparecían entre las aguas verdes;
y el airoso y delicado buque, que algo asombroso debió ver
—un niño que caía del cielo—
tenía que ir a algún sitio y navegó con calma.

 


 

Canción


¿En qué piensas paloma mía, mi gazapa?
crecen como plumaje tus pensamientos, callejón sin salida
    de la vida:
¿en hacer el amor o en contar el dinero,
o en robarte unas joyas, planes de ladrón?

Abre los ojos, tú, la más querida;
déjame cazar con tus manos que de mí se han escapado;
haz los movimientos que exploran lo familiar;
levántate en el margen del tibio y blanco día.

Levántate con el viento, mi gran serpiente;
silencia a los pájaros y oscurece el aire;
cámbiame con terror, vive un momento;
ataca al corazón y ahí detenme.

 


 

Blues del refugiado


Digamos que hay diez millones en esta ciudad,
unos viven en mansiones, otros viven en agujeros:
con todo, no hay lugar para nosotros, querida, no hay lugar.

Alguna vez tuvimos una patria y nos pareció justo,
mira en el Atlas y ahí la encontrarás:
no podemos ir a ella ahora, querida, no podemos ir.

En el cementerio del pueblo hay un árbol viejo
que año con año florece nuevamente:
los viejos pasaportes no hacen eso, querida, los pasaportes
    viejos no.

El cónsul golpeó la mesa y dijo:
“Si no hay pasaporte están oficialmente muertos”:
pero aún vivimos, querida, aún estamos vivos.

Fui a un comité; me ofrecieron una silla;
me pidieron cortésmente que volviera en un año:
pero ¿a dónde iremos hoy, querida? ¿hoy a dónde iremos?

Fui a un mitin público; el orador se puso de pie y dijo:
“Si los dejamos entrar se robarán el pan”;
hablaba de nosotros, querida, hablaba de nosotros.

Creí oír el estruendo de un trueno en el cielo;
era Hitler en Europa diciendo: “¡Deben morir!”;
nos tenía en mente, querida, nos tenía en mente.

Vi un poodle en un saco cerrado con un alfiler,
vi una puerta abierta para que entrara el gato:
no eran judíos alemanes, querida, no eran judíos alemanes.

Bajé a la bahía y me paré junto al muelle,
vi nadar a los peces como si fuesen libres
a cinco metros de mí apenas, querida, a cinco metros de mí.

Crucé un bosque, vi a las aves en los árboles;
no tenían políticos y cantaban a placer:
no eran la raza humana, querida, no eran esa raza.

Soñé que vi un edificio con mil pisos de altura,
mil ventanas y mil puertas;
ninguna era nuestra, querida, ninguna era nuestra.

Me detuve en la pradera entre la nieve que caía;
diez mil soldados marchaban de aquí para allá:
buscándonos, mi vida, buscándonos a ti y a mí.

 


 

El ciudadano desconocido

(A JS/07/M/378 el Estado le levanta
este Monumento en mármol)


La Oficina de Estadísticas encontró que era
uno de aquellos contra los que no existe queja oficial,
y todos los reportes sobre su conducta concuerdan
en que, en el sentido moderno de una palabra anticuada,
    era un santo,
pues su actividad toda estaba al servicio de La Mayor
    Comunidad.
Con la excepción de la guerra, hasta el día en que se retiró
trabajó en una fábrica y nunca fue despedido,
antes bien complació a sus patrones, Motores
    “El Embuste”, S.A.,
sin ser un esquirol ni hombre de ideas extrañas,
pues reporta su Sindicato que pagaba sus cuotas
(sindicato fuerte, según  nuestros reportes)
y nuestros obreros de sicología social descubrieron
que era muy popular entre sus camaradas y a veces tomaba
    una copa.
La Prensa está convencida de que cada día compraba
    su periódico
y de que sus reacciones ante los anuncios eran normales
en todos los aspectos.
Pólizas a su nombre prueban que estaba plenamente
    asegurado
y su tarjeta de salud muestra que una vez estuvo en
    un hospital pero que había sanado cuando lo abandonó.
Tanto los Investigadores de Producción como los de Vida
    de Alto Nivel
declaran que era totalmente sensible a los avances
    en Planes de Crédito
y que poseía todo lo necesario para el hombre moderno,
un fonógrafo, un radio, un coche y un refrigerador.
Nuestros sondeadores de Opinión Pública se alegran
de que haya sostenido las opiniones apropiadas a cada
    época del año.
Cuando había paz, estaba por la paz; cuando había
guerra, iba a ella.
Contrajo matrimonio y sumó cinco hijos a la población,
lo que, según nuestros expertos en perfeccionar la raza,
era lo correcto para un padre de su generación,
y nuestros maestros advierten que jamás interfirió
    en su educación.
¿Era feliz? ¿era libre? La pregunta es absurda.
De haber habido algo incorrecto, sin duda nos hubiésemos
    ya enterado.

 


 

El laberinto


               Antropos apteros pasó varios días
               silbando en el oscuro laberinto,
               confiando alegremente su salida
               a su temperamento y a su instinto.

               La centésima vez que vio un arbusto
               que cien veces pensaba haber pasado,
               en la confluencia de cuatro senderos,
               reconoció al fin que se había extraviado.


“¿Dónde estoy? a menos de que tenga una respuesta,
dice la metafísica, una pregunta no puede ser propuesta,
por lo que asumo
que a este laberinto lo ha planeado alguno.

Si el pensamiento del teólogo es correcto
un plan implica la idea de un arquitecto:
un laberinto creado por Dios sería sin duda
un preciso universo en miniatura.

¿Serían los datos de la percepción,
en ese caso, válida comprobación?
¿Qué del universo que domino me puede decir
cuál es la dirección que debo seguir?

Lo que sugeriría el matemático
sería una línea recta: lo más práctico.
Pero izquierda y derecha en alternancia
es algo, con la historia, más en consonancia.

La estética en contraste cree que todo el arte
intenta el corazón gratificarte:
si rechazo disciplinas como ésta...
¿seguiré el camino, entonces, que mejor me parezca?

Sólo es verdadero este razonamiento
si se acepta el clásico discernimiento,
cosa que resulta imposible de asegurar
si al introvertido hemos de escuchar

ya que su absoluta presuposición
es que el hombre crea su propia condición:
este meandro no fue creado por la divinidad
y más bien es reflejo de mi culpabilidad.

Su centro, que no puedo hacer presente,
es conocido para mi inconsciente;
no tengo pues por qué desesperar:
en él he estado siempre con sólo así pensar.

El problema es cómo decir no quiero;
los que están quietos se mueven más ligero;
mientras no acepte que estoy perdido
porque yo quiero estarlo, estoy perdido.

Si eso fracasa, quizá yo debería
hacer lo que los educadores harían:
contentarme con la conclusión
ya que, en teoría, no existe solución.

Toda declaración sobre lo que yo siento,
como estoy perdido, es falsa al cien por ciento:
termina mi sabiduría donde había empezado:
cualquier barda es más alta que un humano.”

               Antropo apteros, vacilante,
               confuso ¿hacia atrás? ¿hacia adelante?
               mirando hacia arriba deseó ser el ave
               a la que estas dudas
               debían parecer poco menos que absurdas.

 


 

La pregunta


Todos creemos
que nacimos de una virgen
(¿pues quién puede imaginarse

a sus padres copulando?)
y se sabe de casos
de vírgenes preñadas.

Pero la pregunta persiste:
¿de dónde sacó Cristo
el cromosoma que faltaba?

 


 

Herman Melville


Al final casi, navegando, entró a una calma singular
y ancló en su casa y alcanzó a su esposa
y bogó en la ensenada de sus manos
y cada mañana cruzaba a la oficina
como si fuera otra isla su trabajo.

Existía el Bien: esto era su nueva ciencia
su terror tuvo que alejarse totalmente
para que se diera cuenta; mas fue lanzado por el viento
allende el Cabo de Hornos del éxito razonable
que aúlla: “Esta roca es el edén. Aquí naufraga”.

Pero que lo ensordeció con truenos y lo aturdió con
    relámpagos:
—el héroe lunático cazando, como a una joya,
al raro monstruo ambiguo que mutiló su sexo,
odio por odio hasta vaciarse en grito,
sobreviviente imposible arrebatado al delirio—
todo eso era falso y complicado; la verdad era simple.

Nada espectacular el Mal, y siempre humano,
comparte nuestra cama y come en nuestra mesa,
y nos presenta al Bien todos los días,
hasta en las estancias rodeadas de yerros;
tiene un nombre (como “Billy”) y es casi perfecto
aunque porta como un adorno su tartamudez:
y cada vez que se topan tiene que pasar lo mismo;
es el Mal el que es desvalido como un amante
y busca pleito hasta encontrarlo
y ambos son destruidos abiertamente ante nosotros.

Pues ahora se había despertado y ya sabía
que nadie se salva mientras no sea en sueños;
pero había algo más que había sido trastocado por
    la pesadilla—

incluso el castigo era humano y era una forma de amor:
la quejosa tormenta había sido la presencia de su padre
y había sido llevado siempre en el pecho de su padre.

Que con delicadeza lo había descendido ahora para
    abandonarlo.
Se puso de pie sobre el balcón angosto y escuchó
y todas las estrellas arriba cantaron como en su infancia
“Todo, todo es vanidad”, pero ya no era lo mismo;
porque ahora las palabras cayeron como el sosiego
    de las montañas
—Natanaél fue tímido por ser su amor egoísta—
pero ahora gritó, transportado y vencido,
“La divinidad se ha roto como un pan. Nosotros
somos los pedazos.”

Y se sentó en su escritorio y escribió una historia.

 


 

Rimbaud


Las noches, los túneles, el mal tiempo,
sus horribles compañeros, lo ignoraban;
mas la mentira del retórico, en ese niño,
reventó como una gaita: el frío había hecho a un poeta.

Su amigo, lírico y débil, le traía tragos,
sus cinco sentidos sistemáticamente derrengados;
puso fin al sin sentido acostumbrado,
hasta que de la debilidad y de la lira fue apartado.

Los versos eran una especial enfermedad de los oídos;
la integridad no era suficiente; eso parecía
el infierno de la niñez: debía intentarlo de nuevo.

Ahora, galopando a través de África, soñaba
con un nuevo yo, un hijo, un ingeniero:
su aceptable verdad para los hombres falsos.

 


 

Por fin se devela el secreto...


Por fin se devela el secreto, como al final siempre debe
    suceder,
la suculenta historia está madura para contarla al amigo
    intimo;
sobre las tazas de té y en la plaza logra al fin la lengua
    su deseo;
aguas quietas corren en lo hondo, amada, no hay humo sin
    fuego.

Atrás del cuerpo en la morgue, atrás del fantasma
    en los linderos,
atrás de la dama que danza y del hombre que bebe como
    loco,
bajo la mirada fatigosa, el ataque de migraña y el lamento,
invariablemente hay otra historia, hay más de lo que mira
    el ojo.

Para la clara voz que súbitamente canta, allá arriba
    en las paredes del convento,
el perfume de viejos arbustos, las huellas amigables
    en el corredor,
los juegos de croquet en verano, el apretón de manos,
    la tos, el beso,
hay siempre un maligno secreto, una razón privada
    para todo esto.

 


 

Foxtrot de una pieza teatral

 

Él:                  El soldado ama su rifle
                      El estudioso su ciencia 
                      El granjero a sus caballos 
                      Las actrices su apariencia 
                      Hay amor por todas partes 
                      Dondequiera sea que estés
                      Y aunque algunos enloquezcan
                      con la cara de Mae West
                      Tú eres mi taza de té.

Ella:               Unas hablan de Alejandro
                      Otras más de Fred Astaire 
                      A unas les gustan velludos
                      y a otras debonaire
                      A unas les gustan los curas
                      o el estrella del ballet
                      Y aunque algunas los prefieren
                      rudos y de muy mal ver
                      Tú eres mi taza de té.

Él:                  Unos aman los afganos
                      otros quieren pekinés
                      otros gatos o pericos
                      o cerditos o ciempiés
                      Hay pacientes en asilos 
                      que se creen ser un ciprés
                      Y aunque yo tuve una tía
                      enamorada de un pez
                      Tú eres mi taza de té.

Ella:               Unos tienen muy fea panza
                      otros bulbosa nariz
                      unos el riñón flotante
                      otros dedos de lombriz
                      unos codo de tenista
                      otros rodilla al revés
                      Y aunque conozco a uno que otro
                      de orejas de canapé
                      Tú eres mi taza de té.

Los dos:        El ruiseñor ama al bicho 
                      La víbora quiere al sol
                      El oso polar al hielo
                      El elefante al calor
                      La trucha adora su río
                      El carnicero su res
                      Y los perros más que nada
                      aman al poste de luz.
                      Nada eso impide, amor mío:
                      Mi taza de té eres tú.

 


 

Ley como amor


La Ley, según los jardineros, es el sol,
La Ley es aquella
que hay que obedecer
hoy, mañana, ayer.

La Ley es la sapiencia de los viejos:
chillan y refunfuñan los impotentes abuelos;
con voz tipluda los nietos dicen:
La Ley es los sentidos de la juventud.

La Ley, dice el cura con su cara de cura
explicándole a los laicos,
La Ley son las palabras de mi devocionario,
mi púlpito y mis torres son La Ley.

La Ley, dice el juez desde su solio,
hablando claramente y con severidad,
La Ley, como antes había dicho,
La Ley, como supongo ya saben,
La Ley, si otra vez me permiten explicarlo,
La Ley es La Ley.

Aún así, los sabios observantes de la ley escriben:
La Ley no es ni equívoca ni justa,
La Ley sólo es los crímenes
castigados en tiempos y lugares,
La Ley es la ropa que los hombres usan
en cualquier parte, en un tiempo cualquiera,
La Ley es Buenos Días y Buenas Noches.

Otros dicen, La Ley es nuestro destino;
otros dicen, La Ley es el Estado;
otros dicen, otros dicen
ya no existe La Ley,
La Ley se ha ido.

Y dice siempre la escandalosa turba
tan terrible, tan gritona:
La Ley somos nosotros;
y siempre, suavemente, el suave idiota: Yo soy La Ley.

Si nosotros, amada, sabemos que no sabemos
más que ellos sobre la ley,
si yo, no más que tú,
sé lo que debemos hacer y lo que no
y que todos concuerdan
alegre o tristemente
en que la ley es
y en que todos lo saben, 
y entonces pensando que es absurdo
definir a la Ley con alguna otra palabra,
a diferencia de muchos otros hombres
no puedo decir La Ley es... otra vez;

no menos que ellos podemos suprimir
el universal deseo de adivinar
o abandonar nuestra propia posición
a una condición despreocupada.
No obstante yo puedo, al menos, confinar
tu vanidad y la mía
a la tímida proposición
de una tímida similitud,
que, con todo, propondré:
que es como el amor yo digo.

Como el amor ignoramos por qué o dónde
como al amor no podemos someterla ni evadirla
como al amor la lloramos con frecuencia
como al amor rara vez la conservamos.

 


 

El novelista

 

Vestido de talento como de un uniforme,
es bien sabido el lugar de un poeta;
puede asombrarnos como una tormenta,
o morir joven, o vivir solo muchos años,

o ir hacia adelante como un húsar.
Pero él debe salir de su don infantil
y aprender cómo ser sencillo y desgarbado,
cómo ser uno al que nadie pensaría en recurrir.

Pues, para lograr su más ínfimo deseo,
debe ser el todo del tedio, sujetarse
a quejas vulgares como el amor, ser Justo
entre los justos, puerco entre los puercos
también, y en su propia persona, si es que puede,
acumular con celo los errores del hombre.

 


 

El compositor


Los otros traducen: el pintor dibuja
un mundo visible que amar o rechazar;
escarbando su vida, el poeta saca
las imágenes que hieren y conectan,

moldeando con dolor, a la vida y al arte,
confiando que nosotros cubriremos la grieta.
Sólo tus notas son puro artefacto,
sólo tu canción es un don absoluto.

Derrama tu presencia, delicia desbordada,
por las cascadas de las piernas y los vertederos de
    la espalda,
que invade nuestro clima de duda y de silencio;
sólo tú, tú sola, canción imaginaria,
eres incapaz de decir que una existencia ha errado,
y viertes, como un vino, tu perdón.

 


 

Oh, ¿qué ruido es ese...


Oh, ¿qué ruido es ese que redobla en el valle,
que estremece al oído, redoblando?
Son sólo los soldados escarlata, querida,
los soldados que van llegando.

Oh, ¿qué luz es esa que potente allá brilla,
que veo en la distancia, tan brillante?
Sólo es el sol en sus armas, querida,
mientras van adelante.

Oh, ¿qué es lo que hacen esta triste mañana,
qué hacen esta mañana, con todo su aparejo?
Sólo sus maniobras habituales, querida,
o quizá una advertencia.

Oh, ¿por qué de pronto el rumbo cambian
y salen del camino? ¿por qué viran?
Quizá una contraorden tan sólo, querida,
¿por qué te arrodillas?

Oh, ¿por qué no han detenido sus caballos
a la puerta del doctor, por qué no paran?
No hay entre ellos ninguno que esté herido,
querida, no entre ellos.

Oh, ¿no será al párroco a quien buscan?
¿al párroco, quizá, de blanco pelo?
No. Pasan ante su puerta, querida,
pasan sin detenerse.

Oh, ha de ser al ladino granjero al que quieren,
al granjero que vive ahí, tan cerca.
Ya pasaron la granja, querida,
y ahora van corriendo.

Oh, ¿a dónde vas? ¡quédate conmigo!
¿me engañaban tus votos? ¿me engañaban?
No; prometí amarte, querida,
mas debo partir al momento.

Oh, han roto el candado y en torno a la puerta
que han roto están asechando;
el ruido de sus botas retumba en el suelo,
tienen hambre de fuego sus ojos en llamas.

 


 

Canzone


¿Cuándo aprenderemos —cosa clara como el agua—
que no podemos escoger lo que somos libres para amar?
si bien el ratón que deportamos ayer
es hoy un furioso rinoceronte,
nuestro valor está más amenazado de lo que suponemos:
necias objeciones a nuestro día de hoy
husmean sus alrededores; noche y día
caras, oraciones, batallas, acosan nuestra voluntad
tanto como ruidos y formas cuestionables;
enteras esporas de resentimientos cotidianos
dan status a los salvajes del mundo
que gobiernan a los distraídos y a este mundo.

Somos creados con y desde el mundo
para con él y desde él sufrir día tras día:
ya sea que nos encontremos en un mundo majestuoso
de sólidas medidas o en un mundo de sueño
de oro y cisnes, se nos pide que amemos
las cosas sin hogar que requieren un mundo.
Nuestra exigencia de poseer nuestros cuerpos y nuestro
    mundo
es nuestra catástrofe. ¿Qué podemos experimentar
sino pánico y capricho hasta saber al fin
que nuestro medroso apetito exige un mundo
cuyo orden, origen y propósito, sea
una copiosa satisfacción de nuestra voluntad?

Deriva, Otoño, deriva; hojas, colores, donde quieran:
necia melancolía se desmenuza por el mundo.
Deploren, fríos océanos, la voluntad linfática
atrapada, reflejante, en el derecho a desear:
mientras violentos perros alborotan su moribundo día
en furia báquica; aunque gruñan, como es su voluntad,
sus colmillos no son un triunfo para la voluntad
sino cabal indecisión. Aquello por lo que nos amamos
es nuestro poder para no amar,
reducirnos a la nada o explotar a voluntad,
arruinarnos y recordar que sabemos
lo que ruinas y hienas no pueden saber.

Si ahora en esta oscuridad sé cada vez menos
cuál es la escalera en espiral en que la hechizada voluntad
asecha el equipaje que le robaron, ¿quién podría saberlo
mejor que tú, amada? ¿cómo sé yo
lo que da seguridad a cualquier mundo?
¿o en el espejo de quién comienzo a conocer
—como los mercaderes sus monedas y sus ciudades—
el caos del corazón, rey por un día?
pues a través de nuestro tráfico vivaz de todo el día
en mi propia persona me obligo a saber
cuánto debe olvidarse del amor,
cuánto, incluso, del amor, debe perdonarse.

Querida carne, querida mente, querido espíritu,
    Oh amor querido,
en mis profundidades ciegos monstruos saben
de tu presencia y están furiosos, y temen al amor
que exige a sus imágenes algo más que amor;
los ardientes caballos rampantes de mi voluntad,
atrapando las esencias Celestiales, relinchan: Amor
no justifica el mal hecho en nombre del amor
ni en ti, ni en mí, ni en los ejércitos, ni en el mundo
de las palabras y las ruedas, ni en ningún otro mundo.
Querida creatura-semejante, alaba a nuestro Dios de amor
que así nos amonesta, que nunca un día
de juicio consciente sea un día desperdiciado.

Eso o de cada día hacer un espantapájaros,
barullo y revoltijo de nuestro común mundo
y borra y tontería de nuestra libre voluntad;
eso, o nuestra carne en mutación nunca sabrá
que debe haber tristeza si es que puede haber amor.

 


 

Epitafio para un tirano


Andaba tras cierta forma de perfección
y la poesía que inventaba era fácil de entender;
conocía la tontería humana como a la palma de su mano,
y estaba muy interesado en flotas y en armadas;
cuando se reía, reventaban de risa los respetables
    senadores,
y cuando lloraba, los niñitos se morían en las calles.

 

 


 

Danza de la muerte


Damas y caballeros han logrado el más notable progreso,
        y el progreso, estoy de acuerdo, es gran merced;
han construido más coches de los estacionables, han roto
        la barrera del sonido y nada impide que muy pronto,
        en la luna, a una fiesta los conviden:
pero quiero recordarles que eso a mí me divierte,
la cosmócrata he sido y seré: yo soy la Muerte.

Entre jóvenes y osados ando, y a mi antojo se fía el alpinista
        de una rama podrida,
mientras nadan, con resacas, a los niños recojo, el piloto
        maniobra hacia la horrible herida: con otros me
        contengo y les regalo más vida
antes de asignarles, según mi propio humor,
a éste una coronaria, a este otro un tumor.

Soy liberal en lo que toca a religión y a raza; ingresos
        tasables, crédito, ambición social
no me impresionan. Sé que nos veremos cara a cara, a pesar
        de medicinas y a pesar del hospital, no obstante los
        eufemismos del más caro enterrador:
matrona de palacete, miserable de cabaña,
bailarán todos conmigo cuando toque mi tambor.

 


 

Acción de gracias


Que eran sagrados bosques y brezales,
yo lo sentí, aún no adolescente,
y a la gente miré como profana.
Así, cuando al verso accedí
me fui a sentar al pie
de Hardy, Frost y Thomas.
Me enamoré. Las cosas se alteraron.
Alguien, al fin, ahora me importaba,
Yeats y Graves me fueron una ayuda.
Después, sin previo aviso, se derrumbó
de pronto toda la Economía,
allí, para instruirme, Brecht estuvo.
Finalmente, llegué a pensar en Dios
mirando las terribles acciones
por Stalin y por Hitler perpetradas.
¿Por qué estuvo seguro de sus tremendas fallas?
A la fe, me llevaron de nuevo,
Kierkegaard el salvaje, Lewis y Williams.
Maduro hoy, en los años,
con un hogar en generoso ámbito,
la Naturaleza me seduce de nuevo.
¿Dónde están los maestros que requiero?
Bien, Horacio, de entre los hacedores el más diestro,
es colmenero en Tívoli.
Goethe, consagrado a las piedras,
quien intuyó —nunca pude probarlo—
que por causa de Newton se extraviaría la ciencia.
Con cariño, los reconozco a ustedes:
sin su apoyo jamás hubiera logrado
incluso el más precario de mis versos.

 

Traducción de Carlos Monsiváis