Material de Lectura

 

Nota introductoria


“Saludamos en Auden al primer poeta inglés que, en varios años, es poeta por donde se le mire. Hay ángulos desde los cuales el señor Eliot parece un fantasma y el señor Yeats un fugaz destello... pero Auden vive un nuevo día. Es lo suficientemente sólido para vivirlo: tradicional, revolucionario, enérgico, inquisitivo, crítico e inteligente...” En estas palabras de Geoffrey Griegson, pronunciadas en una presentación común, tenemos ya la ubicación de Wystan Hugh Auden (1907-1973) dentro de la poesía moderna en lengua inglesa: en efecto, W. H. Auden es uno de los poetas más importantes de la generación posterior a la de los grandes maestros, es decir, uno de sus principales antagonistas. Él mismo, en una declaración del mismo año, 1938, muy representativa de la postura socialista del grupo de Oxford —que, entre otros, reunió a Stephen Spender y a Christopher Isherwood—, decía (obviamente refiriéndose a Ezra Pound): “Ha habido escritores experimentales con quienes estamos en deuda, pero a cuyas profundas deficiencias nada debemos: viven en pueblecitos italianos y en sacristías rodeados de alcanfor y de charolas para los diezmos. El único retiro justificado es aquel en el que las cosas y los hombres se hacen más visibles: la soledad en el centro de las cosas y no en sus orillas. A menos de que un poeta pueda estar una vez siquiera en ese sitio, no tiene derecho a existir ni a pretender ser tolerado ni escuchado jamás por un hombre justo”.

El obligado reclamo a la generación pasada y el rechazo a su individualismo diletante, por supuesto se debía a su deseo de tener un papel más robusto y estimulante en la crítica situación cultural de los años treinta, para lo que Auden buscó una poesía que no se limitara a registrar la respuesta del individuo a los problemas de la vida, sino que tomara ante ellos una actitud responsable y afirmativa.

El aparente y momentáneo rechazo a las innovaciones formales de Eliot y los imagistas y el ejercicio de formas tradicionales que, sin mayor esfuerzo, es advertible en los originales en inglés de la poesía de Auden, por otra parte, es comprensible si se considera que, más que la poética o artística, era la revolución social la que buscaban. Leamos, así, este párrafo del 36 sobre el desmoronamiento de la clase burguesa en Witnesses:

                                                    van a caerse
     los hemos estado observando sobre la barda del jardín
     
                                                 desde hace horas,
     el cielo se oscurece como con tintura,
     algo está a punto de caer como lluvia
     
                                               y no serán flores...

Esta actitud, cercana al humanismo marxista, fresco y contundente, de los treinta, junto al vitalismo anhelante, urgido, de la entreguerra (“Si deveras queremos vivir, más vale que empecemos a tratar; sino no importa, pero entonces empecemos a morir”) marca el primero de los varios (fecundos) periodos subsecuentes de la poesía de Auden, de los que, sin embargo, el problema humano jamás estará ausente.

He tratado de significar algunos momentos de la copiosa producción poética de Auden en este repaso (que se confiesa nacido a pesar de —o gracias a— aquella declaración de Hannah Arendt sobre la poesía de Auden: “La total intraducibilidad de uno de los poemas de Auden es lo que me convenció, hace años, de su grandeza”. Auden mismo era muy escéptico en cuestión de traducciones) que incluye la angustia y el humor, el ingenio cínico y la sabiduría, la vulgaridad y la reflexión, siempre catalizados por una inteligencia alerta y generosa. Leamos en sus accidentes la transición de la inicial violencia a la posterior melancolía (que para algunos puede ser un viraje del centro de la vida a sus bordes), además de la poesía, que siempre está ahí, el paso del tiempo y, sobre todo, la humildad —pocos poetas tan humildes, en todos los sentidos, como Auden— con que se aceptan sus condiciones: la conversión al cristianismo de los últimos años, por ejemplo —“la poesía es revelación celestial”— que, más que arrepentimiento es, en su caso, complemento de sus intenciones, sobre todas, aquella que le es propia cuando habla de Voltaire en Ferney:

     como un centinela, no pudo dormir: la noche estaba saturada
         de maldad,
     terremotos y ejecuciones. Pronto estaría muerto,
     y, aún así, sobre Europa estarían las terribles niñeras
     deseosas de cocinar a los niños: sólo sus versos,
     quizá, podrían detenerlas; tenía que seguir escribiendo.
     Arriba, las resignadas estrellas componían sus lúcidas
     canciones.

 

Guillermo Sheridan

 

* He tomado el poema “Acción de gracias”, traducido por Carlos Monsiváis, de La cultura en México, suplemento de Siempre!, número 679.