Material de Lectura


De Con esta boca, en este mundo
 

Con esta boca, en este mundo
La mala suerte



Con esta boca, en este mundo


No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tina las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.

Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en
    esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido
    del viento.

Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas
    piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el
    arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo, con la lengua cortada.

¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes y los males que más
    temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas
    a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte
    con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido,
porque ¿cómo nombrar con esta boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca
    en este mundo con esta sola boca?
 

1994

 


La mala suerte


Alguien marcó en mis manos,
tal vez hasta en la sombra de mis manos,
el signo avieso de los elegidos por los sicarios de la
    desventura.
Su tienda es mi morada.
Envuelta estoy en la sombría lona de unas alas que caen
    y que caen
llevando la distancia dondequiera que vaya,
sin acertar jamás con ningún paraíso a la medida de
    mis tentaciones,
con ningún episodio que se asemeje a mi aventura.
Nada. Antros donde no cabe ni siquiera el perfume de
    la perduración,
encierros atestados de mariposas negras, de cuervos y
    de anguilas,
agujeros por los que se evapora la luz del universo.
Faltan siempre peldaños para llegar y siempre sobran
    emboscadas y ausencias.
No, no es un guante de seda este destino.
No se adapta al relieve de mis huesos ni a la
    temperatura de mi piel,
y nada valen trampas ni exorcismos,
ni las maquinaciones del azar ni las jugadas del empeño.
No hay apuesta posible para mí.
Mi lugar está enfrente del sol que se desvía o de la isla
    que se aleja.
¿No huye acaso el piso con mis precarios bienes?
¿No se transforma en lobo cualquier puerta?
¿No vuelan en bandadas azules mis amigos y se trueca
    en carbón el oro que yo toco?
¿Qué más puedo esperar que estos prodigios?
Cuando arrojo mis redes no recojo más que vasijas rotas,
perros muertos, asombrosos desechos,
igual que el pobrecito pescador al comenzar la noche
    fantástica del cuento.
Pero no hay desenlace con aplausos y palmas para mí.
¿No era heroico perder? ¿No era intenso el peligro? ¿No era
    bella la arena?
Entre mi amado y yo siempre hubo una espada;
justo en medio de la pasión el filo helado, el fulgor
    venenoso
que anunciaba traiciones y alumbraba la herida en el final
    de la novela.
Arena, sólo arena, en el fondo de todos los ojos que
    me vieron.
¿Y ahora con qué lágrimas sazonaré mi sal,
con qué fuego de fiebres consteladas encenderé mi vino?
Si el bien perdido es lo ganado, mis posesiones son
    incalculables.
Pero cada posible desdicha es como un vértigo,
una provocación que la insaciable realidad acepta,
    más tarde o más temprano.
Más tarde o más temprano,
estoy aquí para que mi temor se cumpla.

 

1994