Este camino recto, entre la niebla, entre un cielo al alcance de la mano, por el que mudo voy, con escondido y lento andar de savia por el tallo, sin mi sombra siquiera para hablarme. Ni voy —¿a dónde iría?—, sólo ando.
Niebla de los sentidos: no mirar lo que puede esperarme allí, a diez pasos, aunque sé que otros diez pasos me esperan; frígida niebla que me anubla el tacto y no me deja oírla ni gustarla y echa el peso del cielo a mi cansancio.
Este río que no anda, y que me ahoga en mis virtudes negativas: casto, y es hora de cuidarme de mi hígado, hora de no jurar Su Nombre en vano, de bostezar, al verme en el espejo, de oír silbar mi nombre en el teatro.
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