La ilusión serpentina del principio me tentaba a morderte fruto vano en mi tortura de aprendiz de magia.
Luego, te fuiste por mis siete viajes con una voz distinta en cada puerto e idéntico quemarte en mi agonía.
Lascivia temblorosa de las tardes de lluvia cuando tu cuerpo balbucía en Morse su respuesta al mensaje del tejado.
Y la desesperada de aquel amanecer en el Bowery, transidos del milagro, con nuestro amor sin casa entre la niebla.
Y la pluvial, de una mirada sola que te palpó, en la iglesia, más desnuda vestida en carmesí lluvia de sangre.
Y la que se quedó en bajorrelieves en la arena, en el hielo y en el aire, su frenesí mayor sin tu presencia.
Y la que no me atrevo a recordar, y la que me repugna recordar, y la que ya no puedo recordar.
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