Exilio
Voz del exilio, voz de pozo cegado, voz huérfana, gran voz que se levanta como hierba furiosa o pezuña de bestia, voz sorda del exilio, hoy ha brotado como una espesa sangre reclamando mansamente su lugar en algún sitio del mundo. Hoy ha llamado en mí el griterío de las aves que pasan en verde algarabía sobre los cafetales, sobre las ceremoniosas hojas del banano, sobre las heladas espumas que bajan de los páramos, golpeando y sonando y arrastrando consigo la pulpa del café y las densas flores de los cámbulos.
Hoy, algo se ha detenido dentro de mí, un espeso remanso hace girar, de pronto, lenta, dulcemente, rescatados en la superficie agitada de sus aguas, ciertos días, ciertas horas del pasado, a los que se aferra furiosamente la materia más secreta y eficaz de mi vida. Flotan ahora como troncos de tierno balso, en serena evidencia de fieles testigos y a ellos me acojo en este largo presente de exilado.
En el café, en casa de amigos, tornan con dolor desteñido Teruel, Jarama, Madrid, Irún, Somosierra, Valencia y luego Perpignan, Argeles, Dakar, Marsella. A su rabia me uno, a su miseria y olvido así quién soy, de dónde vengo hasta cuando una noche comienza el golpeteo de la lluvia y corre el agua por las calles en silencio y un olor húmedo y cierto me regresa a las grandes noches del Tolima en donde un vasto desorden de aguas grita hasta el alba su vocerío vegetal; su destronado poder, entre las ramas del sombrío, chorrea aún en la mañana acallando el borboteo espeso de la miel en los pulidos calderos de cobre.
Y es entonces cuando peso mi exilio y mido la irrescatable soledad de lo perdido por lo que de anticipada muerte me corresponde en cada hora, en cada día de ausencia que lleno con asuntos y con seres cuya extranjera condición me empuja hacia la cal definitiva de un sueño que roerá sus propias vestiduras, hechas de una corteza de materias desterradas por los años y el olvido.
De Los trabajos perdidos
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