Material de Lectura

El gallo magnánimo


Meditando quizás —“Por mí no queda”
gallo, tan viril eres
que quisieras pisar a las mujeres
y por si acaso..., ¡les haces la rueda!

Tu orgullo de gallo
tenorio y garañón
haría un gallinero del serrallo
del mismo Salomón...

Audaz, ahogarías con tu grito
del “Canto de los Cánticos” el murmullo exquisito
y con la rapidez de los halcones,
bajo tu azul plumaje que se esponja y se agita
posarías al fin tus espolones
¡en las espaldas de la Sulamita!

Pues tal parece que a los hombres has
tolerado sus concubinas
provisionalmente, dejándolos en paz
mientras no se te acaben las gallinas...

Por el copete sobre la cabeza
a modo de sombrero y por fondona
tal gallina, parece una jamona
presumida y francesa...

Y aquella polla que en falsete grita
zancuda y desgarbada,
recuerda a más de una señorita
en la precisa edad de la punzada...

El celo tus carúnculas colora,
tu pupila de ascua es toda uror,
¡pobre de Soledad la Cantadora
si fueras de la talla del condor!

La atraerías picando onzas de oro,
centenarios y aztecas,
sabiendo que a reclamo tan sonoro
sólo son sordas las gallinas cluecas.

¡Y tras darle de alazo
y marear haciéndole la rueda,
ya de tus alas presa en el abrazo,
te reirías de Júpiter y Leda!

Sacudiendo tu pluma pavonada
lanzarías un gran kikirikí
indiferente a la mujer violada,
como diciendo: “¡aquí
no ha pasado absolutamente nada!”

Y entonces, bajo el arco triunfal
de tu soberbia cola tornasol,
en medio del silencio vesperal
se pondría el Sol...