Material de Lectura

gonzalez-deleon-32-big.jpg Francisco González León
Una cara
del poliedro



Selección y nota
de Ernesto Flores



VERSIÓN PDF

Nota introductoria

 

El mundo de Francisco González León, simpatizador del tema provinciano, está rodeado por el silencio. Ante ese ambiente calmo, en que se repiten los procedimientos con el propósito de lograr impresiones de monotonía y siesta, el creador se transfigura. González León se embriaga de pronto con la anestesia de las cosas y su misticismo y su hipersensibilidad simbolista:

Aquella iglesia con el alma oscura...
(los cariños)

mas no hay escaleras
para ir a la luz.

(lux)

aquella casa
que cultivó una rosa
florecida en olor de santidad

(confabulación)

 


Los timbres de cada voz se distinguen desde un principio. En González León, como en muchos de sus antecedentes y contemporáneos, descubrimos sonoridades franciscanas.

San Francisco de Asís hablaba del Hermano Sol, el Hermano Viento, la Hermana Luna, el Hermano Fuego, el Hermano Asno, la Hermana Tierra y la Hermana nuestra Muerte Corporal. Hijo de Dios, San Francisco de Asís, con cada ser al que consideraba nacido también de Dios, reconocía una fraternidad. En el siglo xx, este San Francisco González León, a nuestros ojos, encuentra los elementos de la naturaleza ya sometidos a una fraternización universal. He aquí bastantes ejemplos:

 
La selva trae hábito de franciscano.
(ciclo)

Sombras, crujías, polvorienta calma,
nubes, santuarios, misticismo, arcano,
en vuestro seno hace eclosiones mi alma;
es que os adoro con amor de hermano:
¡vuestra dulce y tenaz melancolía
hermana su tristeza con la mía!
(fraternal)

Ni el sitio ni la hora capellana
(incongruencias)


Píamente pía
un jilguero en mi ventana,
y en el alero de enfrente
de una casona cercana
una hilera vocinglera
de los últimos aviones
—colegiales con sotana—

(música vaga)


...el polvoso breviario la fuente reza...
(reza que reza)

Buena mañana, temprana, buena hermana
de la Caridad...
...grifo de cobre, donde
a beber la gota de agua
disfrazada de monjita
se aproxima la torcaz.

(siestas dogmáticas)

El enjalbegado que se ha tornado gris
de las viejas paredes,
mueve aspectos de un hábito monjil…
...unas niñas peinadas a la antigua,
(ni feas ni bonitas)
que en las tardes asisten al rosario,
y que son tres crisálidas monjitas.

(este barrio)


La llovizna es franciscana
de las monjas capuchinas.
(lloviznando)


Las penumbras se han vestido
de morado episcopal.
(voces de órgano)


Mis recuerdos son cien frailes;
mi silencio es su cartuja.
(otoñal)


Y por alto y negro me venía la gana,
de que aquel librero
portaba sotana.

(dialecto)


Qué emana de ti; qué emana...
hermana que eres de la luz
de la belleza y de la santidad?

(furtiva)


...un convento florece
de florecillas.

(almas humildes)


Polvosa sacristía,
donde la prelacía
de aquellos virreinales
retratos episcopales
formulaban bendiciones inconclusas,
en reclusas penumbras conventuales
(librea)

...el alma es abadesa
que un recuerdo reza
los últimos maitines
de su última ilusión.
(lectura)

¡La penumbra!
La que es bella porque es triste;
la que viste de estameñas franciscanas
(penumbra)

y en la soledad urbana
como monja rezandera
reza y reza una campana
su letanía postrera.

(tramonto)


¿Dónde te aprendí, canción,
hermana gemela de mi corazón?
Canción mía,
canción recóndita y vieja
cuya melancolía
se asemeja a un salmo…
(viejos temas)
 
 

Nos encontramos pues que la mañana es Hermana de la Caridad, y que los santuarios, las crujías, la calma, las nubes, los arcanos, las calmas polvorientas, la selva, la tarde, la fuente, la niebla, la paloma torcaz, el enjalbegado, las penumbras, el librero, la llovizna, la noche, la fuente, la urbe, las casas, los recuerdos, las florecillas, las canciones, la hora, el alma, la penumbra, la campana, etcétera, son monjas, monjes o sacerdotes en oración. En ocasiones habla de cosas a las que llama monjitas: así, con el diminutivo de la ternura. Percibimos una gran relación con el de Asís: los animales y las cosas, en algunas ocasiones algunos elementos abstractos, son sus hermanos. A veces encontramos verdaderas claves para la fraternización del poeta con la naturaleza: en un poema el poeta puede avanzar hacia la naturaleza y llamar hermanas a todas las cosas.

Sin embargo, no nos engañemos. González León está infinitamente más cercano del franciscanismo de Francis Jammes (tríada de distantes Franciscos) que de algún Dios. Más próximo del incienso, las campanas, los altares y los coros eclesiásticos que de la teología. Se siente más atraído por las monjas con boca de corazón que por el confesionario. Excepcionalmente vuelve los ojos hacia la noche de los augurios y piensa que es el momento del retorno a la religiosidad salvadora. Pero, en fin, algo queda en la atmósfera de un inmóvil catolicismo provincial.

En Claustral encontramos estos dos versos:

qué bien se encuentra aquí,
aquel hermano lego que hay en mí!

En Bajo el viento, González León menciona un moscardón capuchino (es decir, perteneciente ambiguamente a una especie de insectos y a una orden franciscana); el poeta se siente con él en doméstica fraternidad.

Las repetidas aproximaciones al espíritu franciscano se completan con una elemental aspiración a la sencillez. Recordemos algunos versos entre los más reveladores:

 
Prefiero lo privado, lo doméstico, lo sencillo.
 
 

Luego, en Parva Domus nos vuelve al minimismo:

...y mi emoción es tan pequeña,
que...
 

y enmudece con una peculiar modestia expresiva, con su habitual hermetismo sonriente.

Carnestolendas determina su disciplina monástica:

Vocación contemplativa;
sigilosa cuarentena;
obligadas disciplinas eclesiásticas;
indicadas abstinencias;
preceptuados lacticinios;
restringidas parvedades de las cenas.
 

El paisaje se hace también conventual, silencioso, inmóvil y antiguo. A veces el observador resiente las transformaciones de la ciudad (antes, de un aspecto más religioso y doméstico) y nos ofrece visiones tan valiosas como esta que suena tan holandesa del Renacimiento y tan nuestra del Virreinato:

Mis devociones por las cosas viejas:
las retorcidas rejas,
los cerrados balcones,
las certeras visiones que me agencio:
la ciudad toda entera,
como una compotera
colmada de conserva de silencio.
Los rotos y vetustos caserones;
consejas, misticismos, tradiciones...

(mañana errabunda)

 

Las viviendas se transforman. Aparecen los altísimos muros de la huerta, lamosas y desiguales paredes conventuales y con pródigos helechos de extremos encorvados; manchas de musgo en la visión, afuera, de las paredes de las calles desiertas. Vemos el convento real: panoramas de la torre: ajedrez de las azoteas del convento; la profusión de un huerto que podría hacernos pensar en el de Fray Luis.

Los objetos se nos presentan deleitosamente envejecidos. Por la calle apenas se descubre la constancia de la cantera resonante en las antiguas casas, la soledad somnolienta; todo visto en una especie de estado de gracia, en contemplación.

Aunque la mañana esté soleada,
tiene algo de una celda abandonada.
 

Como contraste, dentro de las casas conventuales de pronto vemos volar golondrinas becquerianas en violencia dinámica; se extienden las alas blancas de las palomas; los gorriones huyen cuando se acerca una procesión de monjas; un canario alcanza a dejarnos oír una repentina escala; allá, en la torre de la iglesia, una cigüeña excepcional, de paso, o una parvada de garzas rumbo al sur, un halcón... Además, en rincones imprevistos, el ratón:

algún ratón
ensaya su serrucho en un arcón
con ducho afán.
 

O el grillo reiterado:

Se ha callado en su ranura
suspendiendo su nocturna partitura,
algún grillo
que ha ocultado su martillo,
monótono cual la marcha
de un péndulo de bolsillo.
 

En Crónicas aparece este fragmento:

Aquella ignorancia infantil:
torcazas que bajaban
a comer a la palma de la mano
al llamado monjil.
 

Relacionemos ahora lo anterior y pensemos en los palomos capuchinos (insisto, especie animal y orden franciscana). Agreguemos luego este par de versos de El palomar:

¡...cómo me acuerdo de aquel anhelo
de ser palomo!
 

El poeta desea ser llamado, tomar la forma simbólica y religiosa, palomo y monje, alimentarse de las manos de una monja. Más adelante veremos un anhelo erótico de tomar hostias de aquellas manos.

Hay ímpetus vigorosos en la imaginación de este poeta tan reducido biográficamente. Él mismo, desde un principio, lo descubrió y nos lo confiesa parafraseando a Santa Teresa:

Alma mía,
la locuela a quien desvela
la locura de la altura;
la neurótica que insiste
en hallar lo que no existe;
la que adora lo ignorado...

(divagando)

 

En Merodeo sentimental aparecen las monjas reales:

Casa de aquellas monjas
que fueron mis vecinas.
 

En Vuelo de Garzas nos habla de algo que instintivamente relacionó con la vecindad de las clarisas (o capuchinas):

El beso robado,
la fruta cogida
violando el cercado.
 

En Silenciosamente González León deja escapar esto, ambiguamente, que reaparecerá con diferentes rostros:

La vida no quiso:
no quiso o no pudo.
 

Y en Otoñal:

¡Ah de aquello que no vino
por errores de un destino!
 

Y en De aquel amor repite:

nada:
errores de un destino.
 

En Mejor el acercamiento a las monjas vuelve a ponerse de manifiesto con los mismos matices magnéticos:

Mejor que un espíritu tan
neurótico e inquieto
¡quién hubiera sido
en medio del olvido
de un convento de monjas,
humilde sacristán!
 

¿Podríamos siquiera ser capaces de sospechar lejanísimos matices bocaccianos? No parece indicarlo el tono ingenuo, pero algunas veces el imán se vuelve poderoso y lo erótico oscila entonces entre el humor y la urgencia.

En un poema otoñal, Escrúpulo, después de besar la mano de la Superiora del Convento, el poeta rejuvenece y dice:

no fue un ósculo de Octubre,
sino un beso de mi Abril.
 

En Cristiana la voz se hace más cálida:

Son mis negras aflicciones cien pecados,
¡oh Cristiana!
Tú estás hecha con la exangüe carne blanca
de los lirios moribundos...
Tú eres rosa que cultiva Jesucristo el hortelano.
¿Quién me diera el asomarme a tus ojos
tan profundos!
¡Quién me diera en comuniones esas hostias de tu mano!
 

En Velo de novia, poema claramente influido por Verses D'Amour de Rodenbach, el poeta precisa:

A mi lado se arrodilla
un doble prestigio de ensueño y mujer.
Bien le va su gracilidad
de pensionista de convento:
bien le va de su falda el negro paño.
 

Y hasta termina en una especie de matrimonio imaginario:

Diafaniza el incensario
velos de novia durante la misa.

En otro poema, Procesional, la belleza mórbida de una monja se materializa plenamente:

Aquella hermana de la Caridad:
aquella Sor Asunción
que bajo la toca
lleva una boca
en forma de corazón.
Aquella monja que se parece
a una artista de cine, de película italiana,
que yo vi bajo la luna
en el auge lumínico de una
convaleciente noche de abril…
 

Y finalmente el poeta reconoce y teme ciertos abismos de sacrilegio:

Todo un frívolo ocaso que se esponja,
y acaso mi indevoción,
si miro que aparece aquella monja
de boca de corazón.
 

En un poema inédito, Aquel beso, tal atracción de lo monjil se acentúa:

y sus ojos de novicia
con penumbras de capilla
y una frente
como el heno de un altar
y aquel beso
aquel beso que olía a incienso
y aquel lánguido mirar.
 

O bien este otro, también inédito, titulado Sor... (el nombre oculto tras los puntos suspensivos), donde González León insiste:

Y al salir de la iglesia me miraste
no vi de qué color tienes los ojos
porque me deslumbraste.
Oh novicia,
oh profesa,
oh divina exclaustrada:
sin saberlo, por mística me heriste
con una nueva espada.
 

En Con los ojos bajos, inédito una vez más, revela reacciones similares:

Del idealismo
con que te quise
todos los nudos
se encuentran flojos.
Ya no la busco;
y si me encuentro
con la "imposible"
¡bajo los ojos!...
Amor, amor, que te fuiste,
tú me enseñaste el
dolor
de quedarme solo y triste.
 

A la hora del descubrimiento de su tentación recordamos que existe el agravante de una fraternidad que, por momentos, se vuelve material, aunque apoyada en sólo su actitud franciscana. El poeta es hermano de las monjas-cosas de la naturaleza y, por razones obvias, encuentra impedimentos puestos entre él y Sor Asunción, o Cristiana, o la Superiora, o Sor... ¿Son impedimentos lo suficientemente insalvables? Por lo menos originan un desasosiego. Y así, González León, que unas veces nos recuerda al viudo de Brujas, la muerta de Rodenbach, tal vez sin pretenderlo, otras cobra visos que pudieran recordar vagamente al René de Chateaubriand, quien en las noches de luna ronda indeciso, tentado por su hermana, el convento que guarda un amor imposible, incestuoso y sacrílego, de esencia puramente romántica:

mas no descifro
qué es lo que siento,
si en una noche
llena de luna,
paso por frente
de aquel convento.

(filma)

 

La atracción que ejercen las religiosas (o las internas en el convento), hablo de lo que sucede en su mundo poético, se descubre también en sitios menos evidentes. Cuando González León nos habla del pozo de agua a cuyas orillas él sueña, encuentra que aquel depósito de mampostería le recuerda

la bruñida tina de un baño monjil.
 

Algo hay que asegura que González León está profundamente afectado, en ese momento, por el mundo privado de las monjas.

Dice también que bajo el ábside de un viejo templo,

acompañadas por el armonio,
cantan las Monjas Sacramentarias,
enigmáticas y solitarias.
 

Si González León no habla aquí de monjas que cantan a capella, es decir sin acompañamiento, puesto que las acompaña un armonio, ¿habla de monjas que cantan una a la vez? ¿O, y esto es más posible, alude intencionadamente a la soledad material del celibato? ¿O descubre que se aislaron ellas mentalmente de sus compañeras, mientras cantaban?
Nos habla también de

tres crisálidas monjitas
(ni feas ni bonitas).
 

Un sustantivo hace aquí las veces de adjetivo; si González León pensó que crisálidas fuese el que desarrollase la función adjetival podríamos tener un argumento a favor de un toque de ligereza monjil. En caso contrario, si monjitas fungiese como adjetivo, tendríamos una nueva forma de franciscanismo expresivo, situado esta vez en un plano que no evade del todo, en forma directa o indirecta, un giro galante.

Se adivina un benigno afán sacrílego que persiste. Un afán que, por íntimo y reprimido, apenas abandona la transparencia y que sin embargo recuerda el escándalo que produjeron en otros tiempos Amado Nervo y Antonio Machado, con poemas de orientación monjil similar.

Sin embargo cede el sismo en la personalidad serena de González León. Entonces la monja vuelve a ser un apoyo en la indecisión religiosa del poeta.

Santas enclaustradas,
monjitas que fueron
de ángeles guardianes
hermanas gemelas.
 

En un poema de la vejez de González León, la monja constituye la posible curación de la última paloma-esperanza. El alma del poeta es un palomar y dice:

Clínica de palomas mensajeras
es hoy mi palomar:
esperanzas que llegan en muletas
a un hospital. . .
Novicia que cruzas
el claustro de ensueños
de mi fantasía,
rézame, te ruego,
un "Ave María"…
La noche es artera; ya la noche asoma...
Pídele a la Virgen
que no se me muera
mi última paloma.

(la última paloma)

 


Tras la ingenuidad aparente nos precipitamos en una angustiada seriedad. Notamos la finura que alcanzan imágenes tan habituales. La inminente llegada de la noche-muerte tiene algo de siniestro en sí cuando se la relaciona con la moribunda paloma-esperanza. La monja, esa misma figura polivalente, será esta vez lo antagónico de la noche, del dolor, de la soledad en el mundo. Ella mantendrá viva la esperanza, tal vez.

En un poema no coleccionado en libro, Pecado, y que apareció en 1927 en revista, reitera el propósito de abandonar el sueño para enfrentarse al presente, en alguna forma ligado con la religiosidad. ¿Qué es el futuro para González León? ¿El mañana es una palabra, como él dice?

Ya es tiempo que se vista de un morado
litúrgico
mi esperanza.
La fantasía no es práctica.
 

Y en Parentesco insiste:

El cielo y mi alma tienen
escrúpulos ascetas.
 

La religiosidad es, pues, uno de los aspectos esenciales de González León. Su fe, que hiede por momentos, como él mismo confiesa, no es la inmóvil, petrificada, pero sin matices. Es una religiosidad llena de los rasgos fisonómicos de Francisco González León.

Facetas de resuelta incredulidad. Facetas de una inclinación hacia el fervor difuso del simbolismo, leído en los poetas franceses y belgas de fines del siglo XIX. A veces hasta un "querer creer" que tal vez llegó desde Unamuno a través de Antonio Machado.

En estas erosiones de la fe, llegadas con considerable retraso, si las relacionamos con sus poetas antecedentes, es seguramente en donde puede reconstruirse la discreta dimensión humana del último Francisco González León.

 

 

 

Ernesto Flores
* Departamento de Actividades Estéticas
Universidad de Guadalajara

 


 

Francisco González León nace y muere en Lagos de Moreno, Jalisco (1862-1945). Profesor de Farmacia, graduado en Guadalajara, se aficionó a las letras en la librería que tuvo su padre. Él mismo convirtió su botica, en la plaza principal del pueblo, en centro de reunión y cenáculo literario. Dio clases de castellano, literatura y francés en el liceo del padre Miguel L. Guerra. Ganó en 1903, con Pleito homenaje, el primer lugar de los Juegos Florales de su ciudad. Publicó Megalomanías (1908), Maquetas (1908), Campanas de la tarde (1922), De mi libro de horas (1937) y Agenda (1946). Dice de él Antonio Castro Leal (La poesía mexicana moderna, México, 1953): "Las tranquilas emociones, los recuerdos repasados en la soledad y las impresiones repetidas todos los días acabaron por labrar el cauce por donde habría de correr una poesía serena, evocadora, sencilla. Contempla con amor su sencillo mundo provinciano y logra convertir esa contemplación en un temblor lírico. Su originalidad —decía Ramón López Velarde— es la verdadera originalidad poética: la de las sensaciones."

 


Suenan las iii


La grande habitación
que el grande espejo
agranda más.

Sobre la antigua consola,
el viejo reloj de bronce
bajo el fanal de cristal;
y penumbras y friolencias
en que la poquedad
de mi lámpara,
no basta a evaporar
el frío de mi soledad.

Escenas y efemérides vacías;
lógicas y rebeldías
intrincadas en lances de episodios
que baraja en su código el azar:

Proceso nocturnal de hora callada
en la que el alma ya no espera nada,
porque fuera impudor el esperar.

Anémica la lámpara vacila;
afuera sopla el viento.
Se perfila la noche y se acelera.
Y en despertar soñoliento,
como arrastrando los pies,
sonámbulo el reloj balbuce lento:
Una,
dos,
tres.

 

(De mi libro de horas)

 


Cuartetos


Aunque el uno es insomne,
y el otro es un somnolente,
el gato y el grillo se parecen
en que buscan del fogón
la ceniza caliente.

Ron, ron, del gato;
del grillo el cri-cri persistente;
límpida noche de enero
temblando en estrellas.
Cruzado de brazos
el gato medita;
y el grillo parece
que está de rodillas.

Penumbras friolentas
enturbian mi estancia.
Roto sedimento de amarga fragancia
vaga en el recuerdo
de vieja ilusión.
Hay algo que vuela
y algo que se esconde.
Y en estos instantes
que el tiempo alargó,
callan dos silencios
y hablan dos rumores:
el gato y el grillo;
las sombras,
y yo!


(De mi libro de horas)

 


Confabulación


Fue la confabulación de la noche y del día:
La noche, con sus sueños
isómeros de ensueños
con aquella vaguedad de un anhelar
al despertar;
con aquella casa
que cultivó una rosa
florecida en olor de santidad.

Y el día:
El día, con su prelacía matutina;
con su cortina de tafetán
bien restirado y transparente;
con la sugerente soledad de la calle;
con sus silencios y sus neblinas;
con lo ralo de su luz,
y el detalle de la cruz de la Capilla
cuajada de golondrinas.

Mañanera dualidad en que convergen
vértices de suavidad.
Mariposa que ronda
el perfume de la rosa,
y que en ella no se posa,
fórmulas de vaguedad;
síntesis del corazón;
fábula callada y una:
Fábula,
secuencia de una
confabulación.


(De mi libro de horas)

 


A cero grados


En diciembre y en enero
el mercurio baja a cero;
y se sabe que hubo heladas
en las horas tempraneras,
porque el aire cuajó sobre los vidrios
poniéndoles visillo a las vidrieras:
en diciembre y en enero
el termómetro anda en cero.

Catálogos del invierno:
En el río,
los tejos isotérmicos del hielo
y los cantos agudos del tildío.

En la huerta,
embustera y reseca la higuera
madura en secreto
compota de higos;
y en compensación,
los libros, el sol y el fogón
son nuestros amigos.

Como en tono mate
el violeta concreto de los cielos
se concreta en violetas del arriate:
y en los atardeceres de las tardes huecas
manos invisibles
prenden en fogatas
a las hojas secas.

Las estrellas son pecas
de plata.

Logarítmicos fanales
de las siderales vías;
joyeles en terciopelos;
metales y pedrerías.

En las noches más diáfanas y frías
los trémulos luceros brillan más,
como ojos con lágrimas.


(De mi libro de horas)

 


Auscultación


Quieto aposento cuya penumbra
acaso en las mañanas se empaña de alegría.
Silencioso apartamiento que yo busco
como amigo a quien se quiere
por su melancólica fisonomía.

Efusión de su ademán
cuando al llegarme parece que me ofrece
la mansedumbre del mejor sitial.

Su alma es levítica:
a pesar
de sus marcos antiguos y dorados
donde se desvanecen acuarelas,
mejor que las arañas
de almendras de cristales,
prefiere las monjiles arandelas.

Penumbra que es su espíritu;
péndulo que es su pulso;
postigos que le son como unos párpados
entornados a luces de la siesta;
monóculo de la vidriera
que acaso lo constituye en fraile contradictorio;
floresta que se intrinca en el tapiz;
hábito gris del crepúsculo
que lo exalta en instintos meritorios
para el programa de una ensoñación...

Qué veces me ha contado su pasado.

Qué veces se ha callado y me he callado.

Qué veces en su péndulo he auscultado

las penas de mi propio corazón.


(De mi libro de horas)

 


Despertares


Despertares de mañanas provincianas
con sus llamadas a misa;
porque las campanas van
lentas o violentas,
según la prisa
del sacristán.

Madrugadas en que están
con el sol, únicamente,
la torre parroquial y el campanario;
pero al medio día,
las calles, los suburbios y la vía
se alfombran con un oro coronario.

Compaginadas a la huérfana ventana
a la que el alma no se asomará;
porque aquello ya no vino,
porque aquello se ha devuelto del camino
y aquello ya no vendrá;
compaginadas van
las silenciosas siestas
en que el viento no corre.
Tan calladas que se oye hasta el arrullo
de las palomas, allá en la torre.

Casamenteras visiones
de casonas solteronas:
las jaleas, los guayabates
que saben a miel de abejas:
almíbares suaves
que el arcón guarda bajo siete llaves.

Lo hogareño lindante con lo triste:
las historias calladas,
las ventanas cerradas,
el patio donde lo húmedo persiste,
los corredores amplios y achatados,
gatos refectoleros y mimados,
y canarios más rubios que el alpiste.


(De mi libro de horas)

 


Ciudad encantada


Al sonar el esquilón
se escaparon del gran cubo de la torre
las palomas que allí tienen su reunión.

Invisible alguna cuerda
voltijea la campana,
lenta...
lenta...
y es tan alta la alta torre,
y es el vuelo tan de rondas vagarosas,
que en lo azul del tardo cielo
las palomas más parecen mariposas.

La ciudad callada y sola;
la tibieza del ambiente;
lo apocado de lo arcano...

Y esta especie de cansancio
que es acaso como el alma silenciosa
de esta tarde de verano.
Todo es mudo y todo es viejo.
El espíritu se amedrenta y se anonada.

En las calles y en las plazas
tal no hay nadie,
tal no hay nada,
que la ciudad se parece
a una ciudad encantada.

(De mi libro de horas)

 


Una tarde


Una tarde de lluvia,
de lluvia reticente,
con húmedos olores
en el mojado ambiente.

Una tarde de lluvia...
...No sé ni cuándo fue.

Todos apretujados, y en fila,
los recuerdos surgiendo inesperados.
La tarde los divisa
cual pájaros mojados
sobre de una cornisa.

Una tarde de lluvia;
de monótono son,
en que de lejos se oyen
las lentas campanadas
de un rajado esquilón.

Tal vez un niño enfermo
que espera a su enfermera.

Baja del campanario,
mira caer la lluvia
pegado a una vidriera,
cojeando, el campanero.
Moviendo el incensario
quizás un monaguillo
que el ámbito satura,
cruce una sacristía
monástica y oscura.

Y el día, que se diluye;
y aquel pesado ambiente
de uniforme calor
donde es casi una mancha
el colonial retrato
de un Padre Fundador.

¡Una tarde de lluvia!

Las flores que se guardan
prensadas dentro a un libro
con broches de metal.

Las cosas que se fueron
y acaso nos dejaron
capítulos a medias
sin interpretación.

Una tarde de lluvia
de monótono son,
en que de lejos se oyen
las lentas campanadas
de un cascado esquilón.


(
De mi libro de horas)

 


Lecturas


La huerta está desierta;
la tarde huele a membrillo.
Sobre una tapia, acrobático,
asciende y se apaga un brillo.

Ya no se puede leer:
Nos guardamos la carta en el bolsillo.

Cartas que tienen
de cinematógrafo y de fonógrafo;
cartas que traen en sus rasgos
los escorzos fugitivos
de alguna escena ya huida;
de ésas con que nos formamos
el catálogo de oro de la vida.

Milagros del alfabeto.
Y en vez de un milagro, dos:
Reconstruir con renglones una fisonomía
y en un malabarismo acústico,
oír la voz.

Tenemos el alma llena.
En la arena,
con la rama que cortamos
complicamos monogramas.
Nuestro paso es intuitivo e inconsciente.
Toda nuestra alma está ausente
..................................................
..................................................

La noche quiere acostarse
e improvisa con la luna
la mecha de una candela.

Ya en la fuente canta un grillo.
La huerta huele a membrillo
como un ropero de abuela.
Llevamos una carta en el bolsillo.
El alma vuela.


En Poesía mexicana contemporánea.
Antología de El Nacional
, I (México, 1939)

 


Nave de la China


La nave de la China
que llegó a Acapulco
le trajo a la noble
Marquesa de Uluapa
un cofre de laca
color de vainilla;
y ornado de alados
dragones dorados
y de extrañas flores,
unos dos tibores.

Pero a mí me trajo
algo que es mejor:
a mí me ha traído
olvido de amor.

La nave de la China
trájole al Virrey,
para su hija Pía,
la milagrería
que abre un abanico
tejido en carey;
y para su esposa
el cristal tallado
de un frasco colmado
de esencia de rosa.

Pero a mí me trajo
algo que es mejor:
a mí me ha traído
olvido de amor.

Pena que se queda
del camino a un lado;
fórmula anodina
de oriental receta;
humo que las penas
ve con telescopio.

La nave de la China
hoy ha facturado
para mi dolencia
cansina y secreta
una libra neta
de ensueños y olvido
bajo la etiqueta
que asegura:
¡Opio!

 

(Revista Esfera)

 


Agua de luna


Las tertulias de la tienda de la Hacienda:
tienda de misceláneas y vejeces
de un magro viejecito.
Cuántas veces
pretextando regatear un alcatraz
a ella me asomaba,
por bañarme en la diáfana cisterna
de su genuina paz.

Hacia afuera la plazuela;
el patio hacia el interior;
fragancias a pan maduro y a encurtidos;
gorjeos y silbidos en las jaulas,
y en el huerto las sombras y el frescor.

Almas sencillas y campesinas,
almas desnudas,
sin filosofías ni dudas.

Por las mañanas una ardentía;
los zumbidos de las moscas en la tienda;
en la banqueta la resolana;
y en la capilla de la Hacienda,
la campana
señalando la equidistancia del mediodía.

Crepúsculos pintores por las tardes;
ápices de arbolados verdinegros
asomados de la huerta en los tapiales;
noches de sombras plurales
con la mermada prebenda
de aquellas poligonales
luces de las puertas de la tienda;
y noches de revancha y de fortuna,
con una inundación de luz abierta,
en que era la visión de la desierta
plazuela, una laguna,
colmada por el agua de la luna.

 

(Revista Coatl)

 

 


Génesis


Sin intentarlo, acaso
mi pobre corazón
tiene, por ciencia infusa,
la ciencia de un crisol.

La vida allí ha vertido sus bienes y su mal:
los trinos de una alondra,
las hebras de algún sol,
y almíbar de panales,
y lágrimas de sal.

Yo sé que allí se funden
los oros de un cairel,
mezclados con la esencia
de una violeta azul;
y sé que en lo complejo
del formulado aquél
sumergen mis tristezas
un tubo de abedul.

Y soplan, con un soplo
sibilino y sutil;
y de su aliento a impulsos
el verso hace eclosión,
para que en las mañanas
empapadas de añil,
efímero se irise
cual pompa de jabón.


(Revista Coatl)

 

 


Almas humildes


Amo esas ignoradas florecillas
de las viejas callejas
donde casi no hay tránsito
ni de individuos ni de parejas.

El empedrado se ha borrado
bajo la invasión de un prado;
y en las orillas,
un convento florece
de florecillas.

Minúsculos ranúnculos,
yedrecillas tan breves como miosotis,
estrellas de oro,
y escabiosas de color punzó
que bordan la banqueta al "rococó".

Qué frecuente mi silente
paseo sobre estas losas;
qué callado mi amor por estas cosas,
y qué frecuente mi recolección de rosas.

Como párvulos minutos de un horario
que me anuncia las dos,
van ya los escolares en itinerario
a su lección.
Ya es hora de acercarse a aquella mansa virtud
de su quietud:
Ya mi casa se cubre en lontananza.

Mi vieja criada,
gran cultivadora de "Rosas Reinas",
no dirá nada;
mas yo bien sé de la malicia del gesto
que a hurtadillas fragua,
si ve
que sobre mi mesa,
pongo yo la pobreza
de mis florecillas,
en agua.


(Revista Coatl)

 

 


Pecado


Présbita para el pasado,
miope para el porvenir,
me he quedado
como aquel que en la selva se ha extraviado
sin hallar rumbo fijo que seguir.

No hay un abracadabra
que violente y que abra
el mañana.
¡El mañana es una palabra!
Y el ejemplo de la mujer de Lot
me enseña por demás,
el bíblico peligro
de mirar atrás.

Ya es tiempo de bajar de mis palomares:
ya es tiempo de bajar de mis azoteas,
desde donde se alcanza
propicia lontananza;

Ya es tiempo que se vista de un morado
litúrgico,
mi esperanza.
La fantasía no es práctica.

Hay que bajar a la rúa;
hay que caminar derecho;
saludar a la gente
respetuosamente,
ocultando las palomas que llevamos en el pecho.

Y es indiferente
que asistas a la misa o a la prédica:
Nadie preguntará tu fe escolástica;
la gente se hará a un lado,
y harás tu vida práctica,
si llevas recatado
y oculto el Ideal, como un pecado.


(Revista de Revistas, XVII,
No. 878, marzo 5 de 1927)

 


El alma es una beata...


En la indolencia de las tardes quietas,
algunas de esas tardes femeninas
con alma de beguinas
rezando "Horas Completas".

Tardes azules que al llegar la noche
se hacen moradas y en seguida grises:
tardes que al envejecerse
patinan el color de sus matices.

Impreciso y callado entre el amago
de sus medias tintas,
el patio se nivela.
Yo alcanzo a descubrirlo
desde mi azotehuela.

El patio por tan triste, parece estar enfermo;
el patio, por tan grande, parece una plazuela;
el patio a la distancia, supersticiona un yermo.

Acaso sea la hora de cautelosa cita;
de sombras y misterios el ámbito se llena;
y como en tradiciones de un libro cenobita,
cruce por aquel patio llorando un alma en pena.

Y al contacto sedoso de tardes sin deseos
en que en balsas de aceite se amodorran los ruidos
andan por los rincones medrosos cuchicheos,
y el alma es una beata que cree en aparecidos.


(Voces de órgano)

 


La gotera


Llovió toda la noche.
La llovizna final aún parpadea
un húmedo rumor en la azotea;
archivo de hojas que moviera el viento.

La oscuridad del ámbito se duerme
desvelada dentro del aposento.

La lluvia ha hecho
que se filtre el agua
y se traspase el techo
estilando metódica en la estera
del piso de la pieza,
una gotera.

Esbozo musical que se devana.
...Ritmo alterno
de arteria o de campana:
Tic...
Tac...

Si motivos de música de cámara
la llovizna ejecuta,
la gotera en el suelo pertiguea
la ley de una batuta.

Hay algo que recóndito se afina;
la oscuridad es morfina
propia para soñar.

Ábrense de par en par
los sencillos postigos de la infancia.
Perspectiva interior de la distancia,
que tan cerca del alma se veía:
la vieja casa conventual y fría;
las grandes y recónditas alcobas;
los cuentos de los duendes que ahí andaban
cambiando de lugar a las escobas.

Y el bullicioso gozo;
y el asomarse al pozo
por distinguir la arruga
que en el agua dejaba la tortuga.

Recóndita virtud de aquellas cosas
que se amplían en el alma a la manera
del vidrio de una esfera.

Gotera
de renguera
desigual:
Tic...
Tac...

Clepsidra cuya gota horada el tiempo
con caída de ritmo vertical;
rumor que asemeja al de la péndola
que en la sala de ambiente colonial
rebanaba el silencio de las horas
con el filo de su disco de metal.

(Voces de órgano)

 


Huele a frío


Huele a frío.
La mañana es un diáfano y certero
carámbano tallado por febrero.
¡Febrero loco!

Las horas tienen un compás de espera.
Huele a frío, que huele a coco
y a hojas de higuera.

Al volver una esquina se desmorona
todo un vaho de tahona
que convida
a desayunarse vida;
y en lógica promiscuidad,
mi espiritualidad
se siente fisiológica.

Perspectivas coloniales
injertas es bulevar;
algún aparador madrugador
espejo que en su cristal retrata
las prisas de alguna beata.

Amplitudes en la acera
y en el aire,
olor a coco
y a hojas de higuera.

En la mente un recuerdo se devana.
Quizás una novela
recóndita y arcana;
tal vez algún desvío.

Azul de la mañana,
cariño mío,
huele a frío,
huele a frío,
huele a frío.


(Voces de órgano)

 


Contagio


Melancólica lejanía de la mañana
donde se enfría
un melancólico son:
Tin
Tin
Tin...

Son los martillos sobre de un yunque,
es el repique de alguna fragua
que de algún barrio se halla al confín:
Tin... Tin...

Golpe que suena de pronto a fofo
sobre algún hierro caldeado al rojo;
pero que al fin,
un timbre afianza, pule y alterna
con ritornelos:
Tin... Tin…
Tin... Tin...

El cuentagotas de los instantes
mide la vida.
Va por los cielos un amplio azul.
Media diciembre.
Ya la saeta de la veleta
ve al Septentrión.

En un contagio, rumbos del alma
juntos volaron cuervo y vencejos.
Abro la celda de ensueños viejos
de mis tristezas con el llavín,
mientras perdido se oye a lo lejos
vuelto un perfume:
Tin... Tin...
Tin... Tin...

(Voces de órgano)

 


Ceniza


La lluvia lenta
la lenta lluvia que se eterniza
bajo la tarde que muere en calma,
y en pertinacia tenaz, tamiza
lenta ceniza dentro del alma.

Yo mismo ignoro qué es lo que siento…
Todo es propicio para el momento:
bajo la lluvia que alza oraciones,
se oyen más claros los esquilones
de mi convento...
de ese convento de mi tristeza,
donde una monja suspira y reza.

Y a qué negarlo: pienso en su olvido...
¡Ah de las cosas que ya se han ido!
A qué negarlo:
aquel olvido yo se lo pago
con recordarlo.

Esta tristeza de duro ceño,
tras ultra vida será un gran sueño...
¿más cuándo?... ¿cuándo?...

Yo soy anhelo que va llorando;
yo soy complejo;
yo soy un niño dentro de un viejo.

La tarde enferma que muere en calma;
la lenta lluvia que se eterniza...
¡Cuánta ceniza dentro del alma!...


(Voces de órgano)

 


Hospiceña


Momentos de orfandad
en que hace un frío
que produce en el alma un calofrío
como el que acusa una enfermedad.

Las horas despeñándose en la norma
de una fatalidad.
Horas nocturnas
de diciembre a enero
en que faltan argucias de un lucero
sobre lo intenso de la soledad.

Un silencio dormido en un olvido;
la lechuza que aguza su chirrido;
con ríspida acritud de maleficio;
y el alma que tirita
como una huerfanita
que cruza solitaria,
y enferma,
por su hospicio.

(Voces de órgano)

 


Imprecisión


Las dulces vaguedades
de todo lo impreciso;
los quedos introitos
de absurdas esperanzas...
Mi lírica prefiere
lo vago a lo conciso.
¿No borran asperezas
azules lontananzas?

Los breves episodios;
lo apenas conocido;
el alma del esbozo;
la luz de la maqueta.
Espíritu latente
de aquello que aún no ha sido.
Mejor que los detalles
yo busco la silueta.

Yo adoro en el silencio
de aquella tan callada
princesa que ha cruzado
mis parques y mis sendas;
que mucho más que un beso
prefiero una mirada,
y más que las historias
me agradan las leyendas.


(Voces de órgano)

 

 


Quimera


Enferma de blancura
muy triste va la luna.
Enero es medianero;
los vientos tienen tos.
La calle va en dos franjas
muy netas; blanca y bruma;
y en un reloj despiértense
las horas:
una... dos...

Hay luz en tus vidrieras;
presiento que vigilas
leyendo un episodio
romántico, y en los
fervores de mis sueños
yo sueño en tus pupilas:
tú ignoras que te quiero;
pero lo sabe Dios.

El eco va siguiendo
mis pasos en la acera;
la noche es una monja
clorótica; y en pos
yo voy de una quimera:
¡Si acaso Dios quisiera... !
pero bien sé que nunca
ha de quererlo Dios.

(Voces de órgano)

 


Mañana errabunda


Mas sin esas gallinas del suburbio
que en las encrucijadas de las calles
picotean y son dueñas por entero
del podrido e hirsuto basurero,
el pueblo no tendría
su fisonomía.

Quieren quitar de la esquina de la plaza
el añejo portal:

El portal tres veces secular
donde en un puesto de mercadería
muchas generaciones han vendido
herrajes viejos y quincallería.
Mas sin aquel portal,
según el entender de mi porfía,
el pueblo silencioso va a perder
su fisonomía.

La gran plaza,
el portal,
la soledad perpetua de las calles;
y hacia allá,
más,
aún más,
las tapias cenicientas del suburbio
y algún canto perdido de torcaz.
Y en el azul impávido del cielo,
como un negro tatuaje,
los tristes zopilotes de ala muerta
que son como la firma del paisaje.

Mis devociones por las cosas viejas:
las retorcidas rejas,
los cerrados balcones,
las certeras visiones que me agencio:
La ciudad toda entera,
como una compotera
colmada de conserva de silencio.
Los rotos y vetustos caserones,
consejas, misticismos, tradiciones:
una vejez abuela y polvorienta
que pasa santiguándose en su inopia...

Sin el convento que en el río se copia,
sin el halcón que silencioso acecha
posado en la alta cruz de la Parroquia.
Sin todas estas cosas,
sin toda esa quietud injerta en rosas:
sin toda esa poesía,
faltará al pueblo su fisonomía.

(Voces de órgano)