Material de Lectura

luiscardoza-yaragon-35.jpg Luis Cardoza
y Aragón




Selección y prólogo
de Raúl Renán



VERSIÓN PDF

 

Realidad metáfora del lenguaje
llamo a la luna sol y es de día.

 

 

Fotografía imaginaria


En el orden desacostumbrado: José Clemente Orozco, Amadís de Gaula, Marinello, París, Picasso, Gómez de la Serna, Aristófanes, Jorge Amado, Nicolás Guillen, la libertad, Fernando Charry Lara, Otero Silva, Abreu Gómez, Tzara, García Márquez, Guatemala, Paul Eluard, Alí Chumacero, José Bergamín, Desnos. Al centro Lya del brazo de Luis, Luis del brazo de la Poesía, Lezama Lima, la caoba, José Chávez Morado, Mack Sennet, Juan Rejano, Miguel Ángel Asturias, Xavier Villaurrutia, Antigua, Chaplin, Álvaro Mutis, Rafael Landívar, García Lorca, Jorge Cuesta, Tito Monterroso, Artaud, Jorge Mañach, Barba Jacob, André Bretón.


 

Nota introductoria

 

 

 

En el homenaje que el Suplemento Literario Sábado hizo a Diego Rivera por los 100 años de su nacimiento, llama la atención un texto, que si no fuera por el nombre de su autor, habría parecido, de tan fresco, producto de un pulso joven. Entraba rompiente, a grandes zancadas y alguna peripecia propia de la locura de los adolescentes. Este adolescente se llama Luis Cardoza y Aragón. Dentro de él y en su torno se convoca la totalidad del arte de este siglo: sus fenómenos, sus tendencias, sus hombres, las ciudades en que han florecido.

Guatemalteco de nacimiento. Mexicano por ubicación geográfica. Universal por espíritu, Cardoza es el poeta de habla castellana de nuestro tiempo. Por algo se le calla, se le tiene cuidadosamente colocado en el nicho del silencio. El Fondo de Cultura Económica acaba de publicar sus Poesías Completas y algunas prosas, de ello se habló con palabra oculta; hace poco quien esto escribe rindió homenaje a Cardoza y Aragón mediante una lectura plural de su poesía, de ello se habló con la voz de la nada, de la inexistencia y contadas personas de la amistad del poeta, dos para ser precisos, asistieron a dicho acto. Eso sí, una bandada de jóvenes poetas convirtió el homenaje en un pequeño mitin, como corresponde a quien ha tenido voz política a lo largo de su vida desde antes del exilio.

Recomenzar ¿cómo recomenzar? He aquí el gran enigma de Luis Cardoza y Aragón frente a cada nuevo poema. Recomenzar, tal vez rehaciendo la vida de las cosas y sus desórdenes; por ejemplo, hacer del agua, dormido fuego sin memoria; de la tierra, lacónico ángel primordial; del fuego, ¡absoluto júbilo de esplendor iracundo!; y, del aire, vertiginosa piedra en éxtasis. Así los nuevos elementos, emplear después como materiales fundamentales la luz, las palabras, la dulce pólvora, la lágrima, el tiempo, el mar, el laberinto humano, los sueños, lo real, el trigo, los suicidas, la infancia irrescatable, la soledad, los solemnes metales, lo angélico, lo monstruoso, la embriaguez, la textura del delirio, la locura.

En esta sinfonía de la creación se purifica la especie que se allega a la poesía de Luis Cardoza y Aragón: sí, poesía, todo poesía, letra sobre letra, que es como se erige esta demencia nacida para cantar el misterio.

 

 

 

Raúl Renán

 

México, D. F., 22 de marzo de 1978.

 


Entonces, solo entonces…
(Poema 15)

 

Nostálgico de polvo,
con mansa ley violenta,
ya casi real, mi cuerpo
sueña sólo la sombra.

Para no ser incierto,
yo necesito el fruto
divino del dolor.
La muerte es un insulto.

Su radiante materia
olvida la ceniza.
Ya casi real, mi sombra
sólo mi cuerpo sueña.

Quieren sufrir las piedras.
Quieren amar las piedras.
Quieren reír las piedras.
Quieren soñar las piedras.

Olvidar y morir.
Vivir y recordar.
Las dulces tercas piedras.
La muerte es un indulto.


1953

 


Soledad
(Fragmentos)

 

Mi corazón en duelo
solitario se pierde
descalzo por la nieve.
Mi soledad, mi sueño.

Eres sólo un imán
de afanes y ternuras.
Adoro en ti, mujer,
mis soledades juntas.

Canto del marinero
en su canto perdido.
—vino, mujer y olvido—
no en la mar sin sendero.

Uno mismo disuelto
en la voz no emitida.
Oye mi voz, te mira:
yo callo para hablarte.

De par en par abierta
ventana sobre el mar.
De sí teje la araña,
y yo, mi soledad.

Como espina en la rosa,
soledad, soy tu sombra.

Tu voz de cauce oculto
y polvo sojuzgado,
tu voz guía mi mano,
sólo tu voz de túmulo.

La estatua mutilada
sueña. Tiene su sueño
mucho de niño ciego
y rosa pisoteada.

Cuerpo mío final,
sólo nostalgia eres.

Nostalgia y soledad.
¡Oh mar sin litorales!

Oigo pasos de nieve
rosada: tú, descalza,
de piedra y sueño, siempre,
columna enamorada.

Amortaja la escarcha
tu cabello flamígero.
Para besar tus manos
ya no tengo la tierra.

¡Ya no tienes tus labios
para besar la mía!

Como el blanco a la flecha
y a los ríos el mar,
me encuentras, soledad.

Cuando sucinto tu paisaje reina
construido con miradas
y un solo parpadeo
veloz, inacabable;

Cuando cierro los ojos y te palpo,
cuando recorro tu tranquila esfera
y siento que tu aliento
mis cabellos besa;

Cuando tu voz delgada
de anciano yerto humo
me corta las arterias;

No es tu voz la que escucho
sólo tu voz de musgo.
Sino mis propios cielos
que dejan de ser mudos.

Tú eres, soledad,
la única y purísima
substancia de las rosas.

Yo canto porque no puedo eludir la muerte,
porque le tengo miedo, porque el dolor me mata.
La quiero ya como se quiere al amor mismo.
Su terror necesito, su hueso mondo y su misterio.

Lleno del fervor de la manzana y su corrosiva fragancia,
lujurioso como un hombre que sólo una idea tiene, angustiadamente carnal, como la misma muerte devorante
yo me consumo aullando la traición de los dioses.

Soledad mía, oh muerte del amor, oh amor de la muerte,
que nunca hay vida, nunca, ¡nunca! sino sólo agonía.
En mis manos de fango gime una paloma resplandeciente,
porque el amor y el sueño son las alas de la vida.

Me duele el aire. Me oprimen tus manos absolutas,
rojas de besos y relámpagos, de nubes y escorpiones.
Soledad de soledades, yo sé que si es triste todo olvido,
más triste es aún todo recuerdo, y más triste aún toda
esperanza.

Porque el amor y la muerte son las alas de mi vida,
que es como un ángel expulsado perpetuamente.

Solo está el hombre.
Solo y desnudo como al nacer.
Solo en la vida y en la muerte solo,
y solo en el amor,
con su sueño, su sombra y su deseo
—ángeles inclementes—
anegado de soledad y de alegría.
¡De alegría! desnuda soledad,
como la del dolor y del misterio.

Cuando el tiempo es tan puro que inmóvil se ha callado
en el fondo del alma,
para que no lo empañe ni el suspiro de un ángel;
cuando su transparencia ilumina la muerte
y lúcida sonríe con su tierna aspereza;
cuando nada ni nadie nos retiene ni sacia
y es la vida voluntario olvido,
desmayada insolencia,
tu pasión me congrega, soledad,
pasión de desahuciado, pasión de siempre viudo,
oh diosa de piedad humana,
oh mi siempre virgen joven madre,
y con la sangre ciega del silencio
maduramos el fruto de la flor del sueño,
siempre viva.

Solo está el hombre
con su sueño, su sombra y su deseo.
Llega a ti, soledad,
dulcemente herido por la esperanza,
buscando el polvo de oro de tus mares más jóvenes,
consuelo a su abandono,
refugio a la ignorancia de su alma.

La piedra tiene compañía,
pero el hombre busca su patria.
La flor del sueño, siempreviva.
¡Siempre viva!
Y no hay fruto ni tierra prometida.

He nacido en el humo,
en el choque de un milagro con otro,
en la única muerte que me tuvo.
He besado el casco del caballo,
el mar, el llanto y el estiércol.
He golpeado con mis pies y mis sueños
las piedras y los dioses,
otros pies y otros sueños.
He comido mi muerte,
el tierno fruto, el plomo.
Y he muerto en todas partes,
como la lluvia, el trigo:
triste, fecundo, solo.

Os recordaréis de mí,
hombres futuros.
Os recordaréis de mí,
soledades de mañana.

Yo te acompaño, soledad hermosa,
cuando más desoladas entre las olas
tu negro sol sonoro, única rosa,
apaga sus sombrías caracolas.

Entonces, en tu espacio de amapolas,
viva ceniza y persistente esposa,
como un ángel de olvido y barcarolas,
ciega, incandescente y silenciosa,

trazas sobre el espejo, con neblina,
el signo pensativo de tu gozo
de roca florecida que es tu imagen.

Sólo tu imagen veo, repentina,
natalmente hundiéndose en sollozo
en tu imagen de espejo sin imagen.

1936

 


El Sonámbulo
(Poema 12)

Tú por tu cielo, y por el mar las naves.
Gerardo Diego

Vela sin viento que no fue rumbo.
Piedra lejos del arco y de la cúpula.
Horas podridas sin afán de musgo.
Yo descanso sobre vuestro pensamiento
como descansa el día en los surtidores.
Como en las aves descansa el viento,
en la voz el espacio, el llanto en los relojes,
la sombra en la frente de los ciegos.

Sólo un faro es la muerte, estupefacto,
oscuro entre sus sombras luminosas.
Un faro solo y azul, alto y puro,
entre un azoro de paloma oculto.

Como una flor de hielo sobre un piano,
Lázaro en medio de la noche, ciego.
El barco por el mar, tú por tu cielo.
En medio tú del sueño de tu dueño…

Eres rebelde, luminosa y firme
vela dura de sueño sin estela.
Veladura de sueño que revela
paraíso de espuma de arlequines.

Perjuros en el alba: luna y barco.
Agua profunda para alondra y trébol.

Sonámbulo y lucero se negaron.
Dulce la muerte con su voz de fuego.

 

1937

 

 


A un perro que aúlla

 

Muy lírica y antigua
brillaba hoy la estrella de la tarde,
con su suave veneno
y la nobleza evocadora
de sus misericordias y agonías.

Estaba triste yo, como el hombre primero
que vio morir el sol.
Como el hombre primero que lo vio renacer,
igual a la ola única y sin término del mar.
Y desleíame como una nube,
lívido gozo cruel donde el fervor
ceba su roja, amarga levadura,
con condición de brisa destinada a los árboles.

De pronto, me llamó a la vida
el aullido de un perro.
Elemental, sin saberse quejar,
de pedernales
y desobedecidos mandatos de silencio,
era como un ángel disfrazado
tocando las trompetas del Juicio Final.

¡Cómo nos duele el cielo,
su frenesí terrestre entre las tristes
fauces sin labios de la triste muerte!
Oh noche, madre de los sueños,
¿de qué me valen tus fantasmas?

Ni el oro fiel de las fieles estrellas,
ni los pechos de la lenta Esperanza,
pues habré de morir como he vivido,
con furia y abandono.
Izar todas las velas,
destrozar el compás y los ilusos mapas.
¡Seguir el fresco capricho del agua!
No hay rumbo para nadie. Y todo es vanidad
sin límites y absoluta demencia
en los graves remeros impasibles.

Ya sólo el yerto sueño,
cierto como el eterno
lucero del crepúsculo.

El yerto sueño bello contra el muro,
para hacerle ceder y abrir antes de tiempo
Las Áureas Puertas Definitivas.


De Venus y tumba, 1940

 


Pequeños poemas (1945-1964)

A Rafael Landívar

Llamo y nadie responde.
Pregunto a la piedra y a los árboles.
Canta un pájaro y me doy cuenta
de que las casas no tienen ventanas:
demasiado débiles para tumbas,
demasiado fuertes para moradas.

Beso al leproso y a la niña con caspa.
Y a ti, violento geranio; y a ti, crepúsculo.
¡Se diría que va a llover sangre
de cómo se afanan las hormigas!

Volcán, ¡si supieras cómo te quiero
niño mío! ¡cómo suspiré al verte!
¡Qué ella también te hubiese visto
con ojos de mi niñez! ¡Por la que muero
de no soñar juntos sobre la misma almohada!

¿Dónde mis amigos? ¿Qué se fizieron?
Otra vez en tu reino, soledad.
Ya las estrellas enciendo y las espigas.
Perenne horror de caída sin término
y pirámide trunca y vena abierta.

Mi alma, leal, en ti se acendra
y fortifica, soledad. Despierto
y muero al recuperar mi cuerpo.
Así te imaginaba, con ruinas y volcanes
y una lluvia invisible en los cristales.

Desperté, y yo, Deseo, ya no estaba.
Había partido de nuevo en sueños.
Tú me reconociste por el anillo de mi dedo.
Sí, soy el legítimo. Y no encontré
la felicidad. ¡Diabólica es toda belleza!
¡Líbrame de la peor de las fiebres!
Ahora te sueño tan fuertemente
que le saco los ojos a la noche.
Ansias de ciegos pozos olvidados
encuentran con mi arado los luceros.

Sí, pero tu silencio de nocturna piedra.
Sí, pero tu voz de tan pura nunca oída.
Sí, pero tu sangre que deflagra
mi voz vencida, tu luz asunta: mi vida.

Partí por la puerta de atrás
y torné por la puerta señorial:
le di la vuelta al mundo y a mí mismo.
Llegué tarde para charlar con los hermanos.
Sordos estaban y hablaban ya otra lengua.
Desplomóse el roble. Nacieron tumbas
y el becerro cebado tuvo nietos.
Abracé fantasmas. Y los presentes
estaban más lejanos que los muertos.

Río de sueños siguió mis pasos
y borró mis huellas, padre Adán.
¿Cómo llegar si nunca me he marchado?
¿Qué hacer para quedarme si no he vuelto?
Desperté, y yo, Deseo, ya no estaba.
"Duerme y no reposa", díjome el Hijo Pródigo.
"Deja lo que no tienes ni tendrás.
No hay casa, ni patria, ni mundo.
Somos de otra parte.
¡Al carajo!"

La voz del Hijo Pródigo era hermosa como el Deseo.
Vi el anillo de mi dedo. Soy el legítimo.
¡Oh, mi voz antigua, ígnea y vaticinante!
Yo quiero algo más que acciones y virtudes.

Y me marché por el portón trasero
para volver jamás.


Antigua Guatemala, 19 de febrero, 1945

 


Escarabajo

 

La más clara palabra es sólo un coágulo:
no podemos comunicarnos
ni cuando impía droga nos consume
inmóviles como espantapájaros.

Me estás viendo a mí frente a tu espejo.
Quieres verte y no puedes,
como todas las cosas en su nombre.
Yo te grito en el fondo de tus ojos,
como en las totales revelaciones,
cuando somos ardiente monstruo andrógino.

Las cosas no responden a su nombre.
Son simples marcas, falsas etiquetas.
Cosas, digo, queriendo decir constelaciones.
Digo, pero no quiero decir eso,
sino lo indecible, para que Orfeo
no sea devorado por las fieras.

Rumores de la brisa sin memoria
entre las ramas confundida.
Lodos de caos con la luz primera,
huracán prisionero en telarañas.
Si brisa y ramas somos, no lo sabemos si lo somos.
Si por fin lo sabemos, traicionan las palabras.

Rueda el escarabajo con su sucio alimento.
A mí la luz y tú me desbarrancan.

 


Pataleo

 

Era tan inteligente
que ya no podía ser desesperado.
A veces, el pataleo contra la noche
lo divertía en otros, aunque nunca lo admiraba.

La soberbia, rosa de trapo.

Ni siempre o nunca existe; ni mañana o ayer.
Sólo hay ahora, Tiempo Entero.

Lenta, suma pregunta en el silencio,
que no tiene respuesta ni en la muerte.
El silencio es lenta, suma respuesta
a la muerte, que nada contesta ni pregunta.

Harto de realidad, se hizo fantasma.
Harto de fantasmas, se hizo poesía.
Harto de poesía, se hizo realidad.

Real poeta fantasma mentido de verdad,
¿sabes reír? Qué fácil llorar, gemir, cantar
con tu parsimoniosa rosa de trapo.

No resignarse y sobrepasar la protesta.
Vivir sin paz, tranquilamente,
con tu vertiginosa rosa de fuego.

 

 


Sin camisa

 

El estío se agolpa
en la playa desierta
como un gran diamante
en donde el mar sus potros desbarranca
sus castillos de cartas
sus rosas de sonido y llamas blancas.

El día como un águila cae sobre mi sombra
todo es luz intensidad y olvido
el mar te nombra
mía la vida que te fue prestada
hago una hoguera con mi silencio
y me quedo desnudo como el rey en la plaza.

 

 


Transparente

 

Ciego, tu sol de hollín sólo entreoye las cosas opacas,
como el sordo el trueno ante el relámpago.

Matar el tiempo que te mata.
Vivir el tiempo que te vive.

El río se desnuda.
Perpetuo renacer
que no termina nunca
en su muerte perpetua.

¿Vive el río su corriente
o su corriente lo vive?
Su corriente es el tiempo.
El río no existe.

Vida, anomalía de la muerte.
No pasa el tiempo. Pasa nuestro sueño.
De pronto, lo ves todo.
Porque todo es transparente.

Qué extraño que los vivos estén vivos.
Qué extraño que los muertos estén muertos.
¡Ubicua soledad súbita siempre!

Por las cosas opacas
sabes las transparentes.

De la muerte sonámbulos.
Muy pronto despertamos.

Nos sueña el tiempo.
El río no existe. Sólo, su muerte.

El agua, elemental.
La pena, capital.

 


Arte poética (1960-1973)
(Fragmentos)

 

Te quiero con la cara lavada,
desnuda, más que desnuda, desollada
danzando muda, como un rayo de fieltro.

—.—

El mar es una sonaja en tu mano.
El cielo, un cascabel en tu pie.
Tú, petrificada en silencio,
frente a las puertas condenadas.

—.—

Agua: dormido fuego sin memoria.
Tierra: lacónico ángel primordial.
Fuego: ¡Absoluto júbilo de esplendor iracundo!
Aire: vertiginosa piedra en éxtasis.

La realidad cierra los ojos
y aparece el mundo.
Me lleva de la mano
como el agua sed lleva
labios de Segismundo.

En un sueño deslumbrante de signos
el mundo deshojo al cerrar los ojos.

Mi rostro es todo, todo lo que miro:
¡bello es el mundo! Soy un hombre hermoso.

Hay que callarse para que dancen las palabras,
la hoja en llamas, la mujer encinta.

—.—

El caballo en el mar la barca en la montaña
quémate para que ardan tus palabras
la hoja encinta y la mujer escrita.

—.—

Los fantasmas crean fantasmas para no estar solos.
Los hombres, dioses.

Si no fuéramos ciegos, cantaríamos
en la obscuridad, para acompañarnos.

A la poesía la erige el tiempo,
como erige a las estalactitas.

Por fin, a pique,
estamos siendo
totalidad absoluta indecible
en el centro del Tiempo.

La coherencia suma
de la muerte apabulla.

Efímera es la fábula...

Abandono el lápiz y abro la ventana.
Una mosca quería salirse por el vidrio.

Nombrando cosas
mi mano cercenada
avanza y retrocede
como una araña
tejiendo sombras
incendiando palabras

—.—

El amor siempre llega
sólo la vida es verdad.

Mis deseos deseo
soñar mis sueños.

El amor siempre
acaba de llegar.

El mar se desgañita
por cantar como cítara.

Porque va a todas partes
siempre lo andado deshace.

El mar
nunca acaba de llegar.

Gemelos el mar y el cielo
me dicen adiós con tu pañuelo.

Cuando las barcas mueren
se van al cielo.

Marinero sin mar
cómo cantar.

Siempre el amor
acaba de llegar.

Toda vida es eternidad
nunca la muerte es verdad.

Nunca acaba de llegar.

Porque el alba se avecina
en la que seremos reyes de los Tres Reinos.

Porque la noche será vencida
cuando cerremos los párpados.

Porque viviremos a un tiempo
todos el Tiempo.

Porque ya no habrá distancias
y será presencia un Todo
ubicuo y simultáneo
de abolido espacio y movimiento.

En la súbita rosa resucito
eternidad unánime infinita
y tensa como un grito.

Nada más inútil e imposible
que repetir lo que hace milenios
rumió el hombre en su noche desmedida.

Al cambiar las palabras
aunque el hombre no sepa aún en dónde está,
nuevo se torna el viejo pensamiento.

Se es original como la fuente
que con otra agua siempre dice
los nombres de la vida.

—.—

La muerte se suicida en mí todos los días.
Tú lo sabes, y cuando yo me muera
viviré mi vida,
como un príncipe de hiedra
sobre la torre abolida.

El tiempo va muriendo nuestros muertos.
Sí, lo concreto y lo cotidiano,
lo real y lo macizo,
lo que imagino y lo que muerdo.
La mujer que soñé siempre la tuve:
las palabras encarnan sus sentidos
reales, por fin. Por fin ¡reales!
Y pierdo pie,
pierdo gravitación
y pierdo sombra en tales
constelaciones
de la pérfida noche que me nombra
hermosuras divinas de la vida.
Entonces, sólo entonces,
apenas escribir comienza
a dejar de ser mierda.