Hip hop
¿Oyes el diapasón del corazón? Ramón López Velarde
Soy un tambor en su mejor tensión, casi una superficie desollada, secreta piel que vibra debajo de la piel.
Y todo es percusión en la epidermis, la más delgada brisa —que no sabe que llevo miles de años esperándola— extrae de mí sonidos que gozan de su propia duración.
Diré que no he dejado de ulular desde que un soplo echó mi piel a andar sobre sí misma.
(He sido acorde sordo y estridencia, he sonado sin ciencia, pero mis cuerdas templo desde que se enroscaban en cordón.)
Difícilmente sé bajar la voz: tenga alma de barítono, arranques de mariachi y calentura de negro en malecón.
Quiero cantar porque me impulsa un ritmo que impone como un óleo su motivo. Lo escucho con los ojos: más allá de observar aves y árboles veo gerundios volando y esdrújulas con ramas genealógicas.
Verbos para beberse y consonancias de dorso acariciable. La curva de mi oído se pronuncia como la pera de mortal peralte.
Conozco la fatiga: la mente nunca apaga su sinfónica. Pero hoy soy un tambor y el mundo me seduce con sus palmas.
No sé si alguien escucha. Las vacas de Ted Hughes tal vez gozaron las líneas de Chaucer. ¿Habrá un rebaño que me preste orejas? ¿Ablandaré el gran cálculo de piedra como un río sus guijarros? ¿Penetraré en tu sangre para darle un nuevo hervor?
Cada interrogación es una llave centrífuga de sol. No importan las respuestas sino el timbre con el que formulamos las preguntas, la música y el hip hop, la trenza de fonemas enlazados.
El ritmo, el puro ritmo con que se desenvuelve el corazón.
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